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La impiedad de un Estado criminal – Por Ricardo Marconi

📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

La impiedad de un Estado criminal

 

No existe ninguna duda. Nuestro país, a partir de 1975, como ya lo hemos detallado en nuestra anterior columna, vivió en la impiedad brutal de lo que debe ser considerado como un Estado criminal.

Abundaban los crímenes en los que la justicia tenía miedo de involucrarse y los asesinos eran una especie de fantasmas de los que todos, mezquinamente, pensaban que iban a sobrevivir. Otros conocían los hechos que en realidad sucedían a manos de la dictadura, la que había insertado su aberrante proceder durante 12 años.

 

Actos preparatorios

En lo que pueden considerarse los “actos preparatorios”, se debe mencionar, lo que ocurrió en agosto de 1974.

A los fines de romper una cadena de acciones violentas se censuró la libertad de expresión cayendo la clausura sobre revistas, periódicos, escuelas, universidades y sindicatos sobre las que se aplicaron purgas.

La Triple A enviaba cartas amenazantes y se fortaleció a la Policía Federal del interior, con la inclusión obvia de Rosario, que dependía de la Dirección General de Interior y esta, a su vez, de la Superintendencia de Seguridad Federal. Nuestra ciudad tuvo así un asentamiento permanente para responder a “contingencias urgentes”.

 

Interna despiadada

En los 24 meses en los que Argentina debió soportar un lapso de la dictadura, más precisamente entre 1976 y 1978, la Embajada de Estados Unidos redactó 35 documentos secretos que revelaban, fronteras adentro de Estados Unidos, la lucha interna despiadada que se desenvolvía entre las máximas figuras que conducían el gobierno.

El enfrentamiento interno por el poder, a cuatro meses de producido el golpe aludido, limitó el cumplimiento de los objetivos trazados de la Junta Militar y se frenaron por esa circunstancia los cambios naturales que se debían dar en la cúpula.

Mientras los tres primeros componentes de la Junta se enfrentaban para obtener el mando más importante, los militares de niveles inferiores, encargados de la represión llegaron al paroxismo incontrolable.

La locura asesina era tan grande que hasta el propio ministro Martínez de Hoz gambeteaba los embates de quienes lo habían elegido como único civil del gobierno ilegal.

Y agentes norteamericanos, mediante la embajada estadounidense en Buenos Aires, obtenían datos sobre los militares chilenos y uruguayos que, en Argentina, actuaban encubiertos por la Operación Cóndor.

Luego de la asunción del presidente James Carter, su embajada en Buenos Aires y el Departamento de Estado, bajo el mando de Henry Kissinger y Cyrus Vance, incrementaron el intercambio de cables reservados.

 

Secretos inconfesables

En uno de los mensajes secretos –el 4852-, enviado por Kissinger con carácter prioritario, firmado por el segundo jefe de la embajada Maxwell Chaplin, se expresa que “las fuerzas armadas argentinas deben mantenerse cohesionadas para enfrentar rápidamente el malestar económico del país y controlar al terrorismo si pretende el éxito”, aunque luego duda de ese éxito y cataloga a los resultados del gobierno militar como confusos.

El informe se refiere, seguidamente, sobre el programa económico y su éxito para controlar la inflación y reestablecer la confianza externa, a costa de la poca demanda local y “los salarios míseros”.

Evalúa luego que la “contraviolencia” podría ocasionar “más problemas que los que resuelve”, a la vez que advierte, además, que Emilio Eduardo Massera –con pocas posibilidades-, maniobraba para ser presidente.

No fue ningún secreto que el gobierno del presidente Jimmy Carter aplicaría sanciones económicas a la dictadura a partir del 20 de enero de 1977 y ello se hizo realidad cuando el nuevo presidente modificó las prioridades de su gobierno para con América Latina, fundamentalmente en el área de derechos humanos.

El Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) lanzaron una contraofensiva y como campo de batalla fue designada la Embajada de Estados Unidos en Argentina. También Carter quiso imponer sanciones a Chile, tras la caída del gobierno de Salvador Allende. Sin embargo, el subsecretario de Asuntos Interamericanos Terence Todman se opuso a la reducción de los programas de asistencia militar, ya que –según su criterio-, ello radicalizaría a los violadores de los derechos humanos[1].

Patricia Derian, Secretaria de Derechos Humanos de los Estados Unidos, se entrevista con el presidente de facto, Jorge Videla (1977) (Infobae)

En la vereda de enfrente estaba la subsecretaria de DD.HH. de Estados Unidos, Patricia Derian. Ella creía en la eficacia de las sanciones y opinaba que había que presionar abiertamente a los dictadores.

Derian viajó tres veces a la Argentina y en su tercera entrevista se enfrentó con el embajador Castro, quien –furioso-, le preguntó –terminada una reunión-, a Carter quien mandaba, si él o Derian.

En la embajada, Franklin “Tes” Harris no dudaba en puentear a Castro e iba a alas reuniones de las Madres de Plaza de Mayo y se llevaba muy mal con Maxwell Chaplin, quien como número dos de la embajada se encargaba de los análisis políticos de la misma.

Harris comenzó a enviar informes directos a Derian y eso la costó la carrera[2].

 

La diplomacia silenciosa

El embajador Hill se alineó con Todman y bregaba por una diplomacia silenciosa.

Hill afirmó, además: “una confrontación como la que resultaría de la conducta pública del gobierno argentino, por parte del Congreso de Estados Unidos estimularía el sentimiento nacionalista y fortalecería la mano de obra de los duros y de elementos irresponsables dispuestos a sacar provecho de las tensiones entre su gobierno y el nuestro”.

Sus palabras cayeron en el vacío y, a menos de un mes después, Cyrus Vance, como secretario de Estado del presidente Carter, anunció que su gobierno había decidido reducir la ayuda militar a la Argentina de los 32 millones de dólares propuestos a 15,7 millones.

Y eso no fue todo. A partir de allí Estados Unidos votó en contra de todos los préstamos del Banco Mundial o del BID para nuestro país., que no fueran destinados a “necesidades básicas” de la población.

A partir de allí las presiones se multiplicaron. Cuando el político argentino Hipólito Solari Yrigoyen fue liberado fue recibido por el subsecretario de Estado Warren Cristopher en su despacho del aludido departamento norteamericano.

Es más, durante la firma del acuerdo por la devolución del Canal de Panamá, Carter le presentó a Videla una lista de desaparecidos y Vance reconoció públicamente a las Mujeres de Plaza de Mayo.

En un cable secreto titulado “Panorama Argentino”, enviado al Departamento de Estado el 28 de enero de 1977, Hill analizó la situación política y económica y argumentó: “Nuestra preocupación por los derechos humanos es legítima y pertinente. El meollo de la cuestión es como los articula para traducirla en una política. Debemos evitar medidas paternalistas que den sensación de injerencia en los asuntos internos de Argentina”.

La embajada estadounidense en nuestro país alertó a su gobierno que debía esperar de la gestión económica y dio cuenta de la integración de grupos terroristas, así como del embrión de la Operación Cóndor, destinada a asesinar opositores.

La embajada también alertó a Carter sobre las detenciones ilegales, las torturas y los asesinatos, a la vez que refirió datos sobre el involucramiento de sacerdotes, a la vez que le señaló que en la Junta Militar había “duros y moderados” y que en su seno se luchaba por lograr el involucramiento masivo de civiles, ya que los necesitarían al momento de designar intendentes y embajadores.

No ayudaban a ello los enfrentamientos críticos entre Videla y Massera, ya que este último tenía como objetivo desautorizar políticamente al primero.

Henry Kissinger con Jorge Rafael Videla

Curiosamente, en junio de 1976, Henry Kissinger se había reunido en Chile con el canciller argentino Guzzetti para dar vía libre a la represión, en nombre de los republicanos de Gerald Ford, que vivían sus últimos días de poder en Estados Unidos.

El 10 de junio de 1976 Guzzetti se reunión con Kissinger en Montevideo. Allí –como ya lo señalamos en otra columna-, pidió celeridad para actuar, ya que estaba llegando Carter. El representante de EE.UU., pretendía que Argentina funcionara como un campo de pruebas para combatir la subversión.

Los espías del país del Norte no creyeron nunca que Cuba -a pesar que entrenaba guerrilleros-, estuviera involucrado en un esfuerzo por derrocar al gobierno argentino.

Sí tenían claro que la actividad política iba a ser autorizada luego de que el gobierno militar se sacara de encima a los subversivos, según sus acuerdos internos.

 

Una cena en privado

El 7 de diciembre de 1976 Massera cenó en privado con dos funcionarios de la embajada norteamericana – el subsecretario Bray y el encargado de la sección política Wayne Smith-, estando al tanto del encuentro –Carter, que ya había ganado las elecciones y Kissinger, que estaba ocupado en hacer las valijas, oportunidad en la que le habrían indicado al marino que tenían dudas sobre la capacidad de Videla para cumplir con sus objetivos.

Massera, que soñaba con alcanzar el poder máximo en la Junta, se restregó “mentalmente” las manos al escuchar a los estadounidenses y no se cuidó de mostrar sus intenciones mezquinas.

La cena fue explicitada diplomáticamente mediante el documento Nº 76 Buenos Aires 8.000 y tenía el título: “El almirante Massera habla de divisiones en las fuerzas armadas”.

 

Asesinatos en Rosario

Mientras lo explicitado ocurría, para fines de 1976, en Rosario, ya habían sido asesinadas alrededor de 3.000 personas.  Fue allí que los militares decidieron seleccionar a ciertos secuestrados para “recuperarlos”, aunque ya estaban doblegados por la tortura, el terror y las promesas de sobrevida y hasta se tomaron el trabajo de conformar un mini staff de colaboradores a los que les dieron la triste tarea de “marcar” a quienes fueron sus compañeros. Varios de ellos actuaron en el área de Relaciones Exteriores, ya que se los usó para intentar localizar y rescatar en Europa los dólares de los Montoneros, que habían cobrado el rescate de los hermanos Born. Así, se estima que cayeron alrededor de 200 militantes [3].

Para el 10 de mayo de 1977, el embajador Robert Hill había regresado de sus vacaciones para dejar ese día el cargo en manos de su sucesor Raúl Castro, quien llegó recién a la embajada norteamericana en nuestro país en el mes de noviembre de 1977.

Castro, vale subrayarlo, era amigo de Carter y tenía la ventaja de hablar español y se alineó, sorpresivamente, también con Todman.

Massera, trascendió, habría dividido a los militares argentinos en dos grupos: uno era la facción pluralista y democrática y él dijo que era el líder. Habría agregado que esa facción era apoyada por la Fuerza Aérea, obviamente la Armada y el Ejército Argentino del interior del país.

La segunda facción -siempre en función del entonces almirante-, la componía la máxima dirigencia del Ejército y apuntó a Viola como su promotor, al que habría calificado de antinorteamericano y con vínculos con la izquierda, aunque bloqueaba la publicación de la lista de detenidos, ayudado en esa posición por el ministro del Interior Albano Arguindeguy.

En esa cena el almirante habría calificado a Videla como débil, indeciso e incapaz e incluso intentó ponerse en una posición más que expectable por “encima de la Junta”.

 

Una cuarta figura

  1. El ex almirante generó, en esa cena la posibilidad de que existiera una cuarta figura clave, al que le darían el título de presidente o primer ministro, aunque aclaró que “respondería a la Junta”.

A Hill –que no era ningún gil-, le quedó tras la lectura del informe que recibió tras la comida, la impresión que el ex almirante al decir la palabra presidente pensaba en sí mismo y que sus definiciones eran sólo la expresión verbal de sus deseos más profundos.

A finales de 1977 la crisis militar interna era considerada despiadada por la designación del cuarto hombre y tres cables de la embajada de Estados Unidos lo reflejaron. La intención era dar vuelta el esquema de poder diseñado en 1975 con una autoridad superior a la Junta: Fueron los cables Buenos Aires 09571, 0973 y 09779.

Curiosamente, el 5 de mayo de 1978, en un documento secreto norteamericano se expone el triunfo de Massera sobre Videla y el primero, internamente, dio a entender que no pensaba retirarse del poder hasta setiembre de 1978. Ello significaba que Videla asumiría un segundo mandato con Masera en la Junta Militar, a la que técnicamente Videla estaba subordinado durante un mes.

Recordemos que Videla entró a la Casa de Gobierno como militar retirado y presidente civil desde el 1º de agosto de 1978. Sólo 18 días más tarde se generó la división entre el generalato. Cuatro votaron a Viola y otros tres votos les resultaron adversos: Viola-Vaquero-Galtieri-Urricarret. Los tres restantes fueron: Suárez Mason, Omar Riveros y Albano Harguindeguy. Hubo dos abstenciones: Menéndez y Laidlaw.  Surgía con evidencia que Viola no tenía consenso.

El 18 de junio de 1978 el segundo jefe de la misión de la Embajada estadounidense en Buenos Aires analizó mediante el documento 5281 el significado de la convocatoria al diálogo político en Argentina, llevando el mismo la firma de Chaplin, quien estimó que la interna militar iba a ser ganada por Videla.

Sin embargo, un año más tarde esas posibilidades se desvanecieron por la decisión de Videla de favorecer al sector más conservador del gobierno, tras recibir de sus asesores nombres que servirían para abrir el juego político entre los que figuraban Camilión para la Cancillería; Martínez Raimonda, para Bienestar Social; Amadeo Frúgoli con destino al área de Justicia y Rubén Blanco, con destino a Educación. Pero Videla cambió de opinión y cerró cualquier camino a la apertura política. Así decidió nombrar a Juan Llerena Amadeo en Educación y a Alberto Rodríguez Varela, en Justicia.

El 11 de agosto de 1978 Massera, en Córdoba, admitió que quería introducirse en la lucha política, tras retirarse de la Armada. No fueron pocos aquellos que comenzaron a considerarlo “sin uniforme, como un “cadáver político”.

Y un mes más tarde la Junta debatió si Videla debía viajar a Roma para asistir a la coronación del Papa Juan Pablo II. Como “jefe de Gobierno” o como “Jefe de Estado”. El secretario del Ejército, general Reynaldo Brignone tuvo un entredicho con Videla y este le respondió: “Dígale a la Junta que voy o me voy”.

El Proceso iniciaba el camino hacia su desastre final.

El ex almirante argentino Emilio Eduardo Massera (EFE)

Raúl Castro estimaba que el marino sería “el caudillo argentino y ponía elementos a su favor: Habilidad, energía e inescrupulosidad, aunque dudó de que pudiera llegar solo al poder, “ya que haya “muchas cartas en su contra. Massera tiene carisma, es brillante y grandilocuente e infatigable en su manera de hacer política y se ha reunido con gente capaz. Besa chicos, envía coronas a os funerales y escribe notas eficaces con tacto”, argumentó el funcionario estadounidense.

“También tiene muchos enemigos entre los militares por politiquear descaradamente con los peronistas y los grupos sindicales. Ha sido asiduo en su trato con comunidades judías. Nuestra conclusión es que la habilidad política individual de Massera, no puede superar las fuerzas institucionales que militan contra su intención de tomar el poder en Argentina”, concluyó Castro.

Un documento nuevo, de agosto del 78 clausuró toda esperanza continuista señalando: “Las normas acordadas ahora por el gobierno militar no justifican ninguna esperanza de que haya elecciones presidenciales en 1981”. Lo peor estaba al caer.

 

Un general con ideas disparatadas

Ramón Genaro Díaz Bessone, a quien el embajador norteamericano Maxwell Chaplin lo calificó como “un general con ideas disparatadas” (radioalgoencomun)

El 6 de noviembre de 1976, el embajador Hill mantuvo un encuentro con el entonces ministro de Planeamiento militar, general Ramón Genaro Díaz Bessone, debido a que los estadounidenses pensaban que el interlocutor de Hill recortara poder a José Alfredo Martínez de Hoz y el embajador se hizo acompañar por su segundo, Maxwell Chaplin para que le sirviera de testigo y sumó también al agregado político Wayne Smith. Este último, me dicen, calificó a Díaz Bessone, como “un general con ideas disparatadas”.

La reunión tuvo lugar   en una gran sala de conferencias que tenían sobre cada silla las tarjetas protocolares para indicar donde debían sentarse cada uno de los asistentes.

Alejandro Guillermo Duret[4], instantes antes de iniciarse la reunión, compelió a Chaplin y Smith a que los acompañara a una oficina contigua, mientras Díaz Bessone  pretendió utilizar a Hill dándole su visión de la realidad argentina en un marco mundial.

Luego trascendía que el militar argentino hizo referencia a la base religiosa argentina, derivada –según él-, del Movimiento Cristiano originado en Oriente Medio y que alcanzó su punto culminante en Europa Occidental.

También explicó a Hill la razón del porqué de los valores nacionales son opuestos a los marxistas, culminando en sus dichos con la frase: “los verdaderos marxistas son ateos”. Hill lo miraba más que sorprendido e incrédulo.

Finalmente, el general argentino habría argumentado que “Argentina estaba siendo atacada por comunistas europeos occidentales y de Estados Unidos”.

 

La Junta Militar vivía en un pantano

En 1977 la Junta Militar hizo una reunión de mandos para explicar la necesidad de una salida política del Proceso y Massera pretendía que la Junta fuese un órgano que estuviera por encima de la autoridad presidencial Massera no quería emular a Onganía y Lanusse y por ello había iniciado contactos con políticos y sindicalistas para formar su base popular.

Desde el Departamento de Estado norteamericano vieron que en nuestro país no había líneas de autoridad y los organismos del gobierno se debilitaban aceleradamente y debido a ello cada comandante de zona hacía lo que le parecía ante la falta de control central.

Para colmo, el Ministerio de Relaciones Exteriores que estaba a cargo de la Armada llevaba adelante una “vendetta” para aprovechar la posibilidad de eternizar en el poder a Massera o dejar una herencia civil que perdurara hasta la década del 90.

 

El pensamiento del nuevo embajador

En una entrevista dada por Raúl Castro, quien fuera embajador de Estados Unidos a Marina Aizen, sobre el período 10/4/77 y el 30/7/80, el funcionario admitió que el Departamento de Estado sabía de las desapariciones con una fluidez permanente y, tras enterarse también donde estaban ubicados los centros de detención clandestinos, se comunicaban con el presidente argentino.

La respuesta del Estado argentino era siempre la misma: “estamos investigando”.

Cuando Castro-que se comunicaba en privado con las Madres de Plaza de Mayo-, los inquiría a los generales acerca de las razones por las que “hacían lo que hacían”, la respuesta de Videla y luego Viola era sistemáticamente: “Hacemos lo que hacemos porque defendemos la Patria”. Y de los dos componentes de la Junta, Videla era el que intentaba evitar mayores muertes. Eso lo afirmaba Castro, que se comunicaba telefónicamente con Videla, mientras que a las Madres las recibía en la embajada estadounidense en Buenos Aires.

Massera, a través de su hijo abogado, intercambiaba información con Castro. Es más, el marino pretendía sacarle información al embajador y le hablaba mal de Martínez de Hoz para justificar lo que estaba sucediendo.

 

“Agosti toma mucho vino”

Orlando Ramón Agosti (aminoapps)

Es más, cuando Ramón Agosti cuando lo criticó a los norteamericanos por su trato racial contra los negros, el embajador en una reunión social en Mendoza “le paró la chata” diciéndole: “esta es una reunión social. Este no es un tema para tratar aquí. Yo he estado en Argentina muchos años y veo que hay una comunidad judía bastante grande y no he visto ningún general o ministro judío”.

Luego agregó: “Si yo le llevo a usted cadetes judíos a la Fuerza Aérea ¿usted los acepta?

No. Respondió Agosti. Y Castro respondió: “Entonces deje de criticar a Estados Unidos por la cuestión de los negros”.

Viola, al día siguiente, en otra reunión le dijo a Castro: “No le haga caso a Agosti. Toma mucho vino”.

 

El expediente Pérez Blanco

El 19 de setiembre de 1984 el juez Francisco Martínez Fermoselle dispuso el allanamiento de la vivienda de Santiago 1254, domicilio de Jorge Walter Pérez Blanco.

Allí se procedió al secuestro de 3.000 tarjetas, ordenadas alfabéticamente por apellidos, nombres y entidades que remitían a un archivo centralizado.

Allí figuraban, son sólo los estudiantes y profesores de la universidad, sino que –en algunos casos-, las tarjetas tenían marcas –una cruz-, y se adjuntaban tarjetas de magistrados con sus datos personales y detalles del encuadre político del mismo.

Había otras tarjetas acumuladas con otros datos y, entre ellas, la de un rosarino de la delegación local de la CONADEP. Ello estaba acompañado de resúmenes de reuniones y de asambleas y una agenda de seguimientos, con datos de las personas vigiladas, a lo que se sumaban las fechas de tareas de espionaje realizadas y las fichas donde figuraban los responsables de esas tareas ilegales. Todo se complementaba con menciones de personas desaparecidas entre 1977 y 1978.

El secuestro del material detectado se complementó con credenciales de la Policía Federal, provincial y hasta del ejército, a nombre de Jorge West, seudónimo de Pérez Blanco.

Al parecer, antes que llegue el magistrado al lugar allanado, la Policía Federal y el ejército habrían retirado ficheros e incluso habrían interrogado a la mujer de Pérez Blanco durante varias horas.

 

Otros allanamientos

Martínez Fermoselle dispuso, además, el allanamiento de oficinas de calle Córdoba 1792, 3º piso, sede por ese entonces, de la Asociación Rumano-Argentina, donde se hallaron papeles comerciales del consulado de Rumania, documentación de una empresa exportadora, perteneciente a Pérez Blanco y hasta una foto del mismo acompañado de Alfredo Stroessner.

Otros edificios “visitados” por el magistrado pertenecían a Eduardo Ribecchi y Teresa Gaona de Cobe, cuya captura se resolvió judicialmente el 5 de octubre de 1984.

En la casa de Ribecchi –Dorrego 1638-, había documentación. Y aquí es el momento de adicionar la información que indica que el grupo de tareas que produjo el asalto a los Tribunales Provinciales –cuestión sobre el que ya dimos detalles en una columna de Proyecto Escaño-, los documentos no se retiraron.

Luego trascendió que el juez que nos ocupa y su secretario, Francisco Martín, estaban siendo seguidos y Pérez Blanco, en sus declaraciones posteriores admitió que el día del allanamiento él se encontraba en Buenos Aires, en los hoteles Gran Sarmiento y Sportman.

 

Pérez Blanco el pastor

El espía –quien había ingresado en 1978 en la Facultad de Medicina como auxiliar en Medicina Legal-, se presentaba como pastor de una iglesia de la zona sur de Rosario para hacer inteligencia en reuniones de sacerdotes del 3º Mundo e integró la comisión que detuvo al sacerdote Santiago Mc Guire, en 1971. Resulta increíble que otros pastores no se preguntaran nunca quién era el pastor Pérez Blanco- o quizás “miraron para otro lado”. El “pastor” encabezó el grupo que detuvo a Mc Guire.[5]

Vale apuntar que el protagonista esencial de esta columna fue el hombre de confianza del general Oscar Guerrieri, el militar que había tenido la responsabilidad de planificar el lugar de detención clandestino “La Calamita”, de donde sólo hubo dos sobrevivientes.

Pérez Blanco llegó a dar un curso de posgrado en Criminología y recién fue suspendido en esa función en 1998, aunque fue beneficiado por la Ley de Punto Final. La fiscal Griselda Tessio pidió la indagatoria de Pérez Blanco y el 9 de noviembre de 1984 declaró en el Juzgado de Instrucción de la 10ma. Nominación, en el marco de un pedido de captura, que también alcanzaba a Ribecchi y a Teresa Gona de Cobe.

El represor Jorge Walter Pérez Blanco. Murió en Julio de 2013, sin justicia

Por otra parte, Pérez Blanco y Francisco Scilaba –según declaraciones del exagente de inteligencia Gustavo Francisco Bueno-, eran los principales responsables de las “operaciones psicológicas”. Buenos había formado parte del Destacamento 121 de Inteligencia del Ejército y las operaciones psicológicas no eran otra cosa que cargarles responsabilidades a los subversivos de episodios en los que estaba involucrado el ejército, como por ejemplo el caso en el que aparecieron individuos acribillado en la intersección de San Juan y España, en 1975. En el hecho se responsabilizó a “un ajuste de cuentas entre dos organizaciones políticas”.

En definitiva, Blanco era “la quinta columna” de Guerrieri e incluso, se dijo insistentemente en esos tiempos oscuros, que Blanco había logrado incluir fichas falsas en la Unidad Regional con asiento en Rosario e incluso habría generado falsos prontuarios, así como inexistentes antecedentes que servían para desinformar a la población.

El falso pastor tenía oficinas en el Pasaje Pan, en las que impartía cursos de inteligencia”, según las declaraciones de Bueno, quien agregó que Blanco “se hacía custodiar la casa particular las 24 horas”.

No hay que dejar de remarcar que Pérez Blanco no se hallaba solo a nivel universitario. Precisamente en la UNR, también se encontraba Ana Christeler, más precisamente en el Departamento de Extensión Universitaria y la obra social de universidad, desde donde reclutaba gente que luego supervisaba el teniente coronel Guerrieri.

 

 

[1] Ana Barón.1999

[2] Los papeles secretos de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. Clarín. 1998.

[3] La Voluntad. Eduardo Anguita. Martín Caparrós. Página 361.

[4] Duret fue jefe de Inteligencia del Grupo de Artillería Blindado 1. La Cámara Federal de Casación Penal lo condenó a 15 años de prisión por el secuestro, la tortura y la desaparición de Carlos Alberto Labolita, quien fue retirado de su casa de las Flores en Abril de 1976, a pocas semanas del inicio de la dictadura cívico-militar. Télam. 18/12/2016

[5] Señales. 29/12/07

 

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Foto: 07/03/1976. El general Jorge Rafael Videla charla con el almirante Emilio Massera y el brigada Orlando Agosti. Los tres, poco tiempo más tarde, lideraron la Junta Militar que derrocó a Isabel Perón con un golpe de estado en Argentina (El País)

Viene de acá: La guerra sucia comenzó en 1975

Continúa aquí: Schilmann: el sobreviviente

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