📜 El Rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Asesinato y suicidio en el Palacio Minetti
El calor era sofocante, casi insoportable. El sol con toda su fuerza, antes de esconderse sobre el horizonte, castigaba desde el oeste sobre la principal arteria de la ciudad de Rosario, cuando el hombre, luego de mirar hacia su espalda, como para ver si lo estaban siguiendo, se ajustó el sombrero negro arratonado, planchó con su mano derecha su traje barato e ingresó con una valija de pequeño tamaño al refrescante pasillo del Palacio Minetti – Córdoba al 1400- para dirigirse resuelto hacia los ascensores. Ingresó a uno de ellos y le pidió al empleado uniformado que lo subiese al tercer piso.
Una vez en el pasillo del mismo buscó el ingreso a la empresa Ridder y Cía., y se presentó a uno de los empleados, a quien le dijo que se llamaba Domingo Bernardi, mientras le solicitaba ser presentado al gerente.
El administrativo, con educación y diligencia le informó que el gerente no se encontraba y le sugirió que lo esperara a que llegara. Bernardi, en silencio, asintió, giró sobre sus pasos y nerviosamente se dirigió a la planta baja a hacerle el aguante al directivo de la empresa, quien sí o sí debía pasar por donde él se hallaba.
A las 17.15, con la puntualidad que lo caracterizaba, Santiago Rodríguez, -el empresario-, llegó al Palacio caminando desde la esquina de Corrientes y Córdoba, donde había participado de una reunión en la Bolsa de Comercio.
Bernardi se presentó y comenzó a dialogar con Rodríguez. El hombre de la valija le dijo que había sido empleado de la firma que Rodríguez gerenciaba hasta 1933, dónde había trabajado de recibidor de granos.
El gerente, a pesar de esforzarse con su memoria no logró reconocerlo y Bernardi, desocupado, le pidió trabajo, ya que –le dijo- estaba pasando miseria en un conventillo de la ciudad.
Mientras dialogaban, el desocupado y su interlocutor subieron hasta el tercer piso para continuar la charla en el rellano, donde Rodríguez negó la posibilidad de otorgarle una función en la empresa por la recesión económica.
A partir de allí la conversación subió ininterrumpidamente de tono, hasta que el empresario se negó a entregarle a Bernardi una recomendación, tras lo cual dejó a este último y se introdujo en la oficina, cerrándole la puerta en la cara al solicitante de trabajo.
Bernardi, desesperado, miró su reloj. Eran las 17.30. Dejó su valija en el piso, sacó de su cintura un revólver e inició su breve camino a la empresa, a la que ingresó y le apuntó con el arma a la cabeza a Rodríguez, el que aún comentaba lo que le había sucedido en el pasillo.
Por la resistencia del gerente, Bernardi efectuó un disparo hacia el techo, cayendo el arma al piso. Bernardi, desencajado, sacó un arma blanca de entre sus ropas y apuñaló al gerente en el abdomen, el pecho, las piernas y los brazos.
Rodríguez, exánime, cayó al piso bañado en sangre, mientras el agresor enfundó el arma y salió corriendo para bajar las escaleras, luego de esquivar a otros empleados de otras oficinas del tercer piso que corrieron hasta el lugar desde donde salían gritos de pedido de auxilio.
En el segundo piso el agresor logró eludir a otros empleados. Ensangrentado y sudoroso llegó al primer piso, donde fuera de sí dio un alarido bestial y con sus últimas fuerzas extrajo el cuchillo de entre sus ropas y se cortó la carótida, de la que surgió un chorro de sangre mientras corría hacia una ventana que advirtió abierta. Con sus últimas fuerzas se arrojó a través de ella al vacío, donde tras golpear su cráneo con fuerza en la calle, murió instantáneamente.
Instantes después, -según los testigos-, llegó Rodríguez a los tumbos al lugar, vio el cuerpo exánime de Bernardi y se desvaneció. De inmediato fue trasladado al Sanatorio Británico, donde al día siguiente dejó de existir, a pesar de que fuera intervenido quirúrgicamente.
La policía secuestró la valija del asesino, la que tenía en su interior 6 botellas de litro, llenas de nafta, un frasco de cianuro de 250 gramos y una libreta de enrolamiento.
Ya le habían hallado a Bernardi, en sus bolsillos, 19 balas, una navaja de afeitar y una carta en la que explicaba el homicidio y su suicidio por si su petición no era aceptada.
Un defensor del oro negro argentino
Corría la primavera de 1935, cuando el 18 de noviembre, en un clima de violencia ciudadana poco conocida, se hizo cargo de la Jefatura de Policía de Rosario, bajo órdenes de la intervención nacional, el contralmirante Tiburcio Aldao.
Era un marino que había ingresado a la Armada en 1884 y que había sido jefe de escuadrilla en la provincia de Río Negro. Una vez más, la Armada tomaba la provincia de Santa Fe y por consiguiente Rosario.
Se había desempeñado también Aldao como titular del Cuerpo de Artillería de Costas y del Estado Mayor del Arsenal del Río de la Plata. Además, hizo lo propio como comandante del Transporte Guardia Nacional, del Cañonero Rosario, del Guardacostas Libertad y del Crucero Pueyrredón.
También hizo un vuelo rasante por la política actuando en el radicalismo, siendo considerado como uno de los primeros defensores de la política de nacionalización del petróleo.
Los medios de comunicación se ocuparon de él cuando arrestó al comandante de un barco extranjero que había violado la neutralidad argentina. El marino, en 1902, también llevó al Golfo de San Jorge, al primer grupo de familias sudafricanas llegadas al país. Fue precisamente de allí que salió el primer chorro de oro negro, sin imaginar que Punta Borja sería un día Comodoro Rivadavia.
El 13 de diciembre de 1937 volvió a hacerse cargo de la Jefatura de Policía rosarina hasta el 11 de marzo de 1938. Aldao murió en Buenos Aires en 1951.
Asaltantes y asesinos
En la apacible localidad de Acebal, varios delincuentes, el 5 de marzo de 1937, se llegaron hasta el almacén y herrería y armados ingresaron al local.
Un imprevisible movimiento en falso de un cliente y el temor a la resistencia de parte de uno de los asaltantes derivó en que el primero recibiera varios impactos de bala que le produjeron su muerte en forma casi instantánea.
Mientras el cuerpo de la víctima moribunda sangraba, los malhechores, como hienas, revisaban entre sus ropas para apoderarse de todo lo que representaba algo de valor. A los pocos minutos el baleado sin piedad dejó de existir.
Veintitrés días más tarde, el grupo se apostó en las inmediaciones de una empresa de ómnibus de Villa Gobernador Gálvez y desde el interior de un automóvil controlaban, como lo venían haciendo desde días atrás, -sin ser advertidos-, el movimiento del personal y los mecanismos de entrega de recaudación.
La decisión estaba tomada. A una orden del jefe, la banda se dirigió a la empresa y tras dejar a uno de ellos de “campana”, se introdujeron en la misma y se apoderaron del dinero que había en la firma comercial y de la que tenían los colectiveros como recaudación del turno que habían concluido. Luego huyeron en el vehículo que horas antes habían robado.
Meses más tarde, cuando ya estaba como jefe de la policía de Rosario, Juan Carlos Cepeda, quien había asumido el 28 de mayo de ese año, la gavilla concretó un tercer atraco.
En el frío del mes de agosto, luego de hacer inteligencia durante un par de días, se introdujeron en una finca y tomaron el dinero que había en el lugar, así como armas y joyas. Pero no fue suficiente, ya que en el mes de diciembre optaron los victimarios por concretar un nuevo atraco en una quinta de Soldini, donde sus propietarios fueron encañonados con armas de fuego y obligados a entregar sus joyas, dinero en efectivo y un taxi que se hallaba en la propiedad.
Los habitantes, ante la seguidilla de atracos violentos comenzaron a manifestarse públicamente por el incremento de los robos calificados acompañados de ataques violentos.
Precisamente, a fines de 1937 el ya pistolero conocido como "Mate Cocido”, pistolero y otro malviviente – Bailoretto-, terminaban de conocerse en Buenos Aires, presentados por militantes anarquistas y de inmediato decidieron conformar una sociedad que tuvo como blanco de sus fechorías, entre otras empresas, a La Forestal.
Chumbita, biógrafo de ambos maleantes, relató en sus trabajos que contaban en su entorno con un marco social conformado fundamentalmente por colonos hambrientos, hacheros miserables e indígenas marginados, quienes a su vez eran “controlados por cuadros de la policía territorial”, según dicho historiador.
Bailoretto, vale recalcarlo, venía operando en la zona de La Forestal desde la década del 20 y ya en 1933 se había convertido en el jefe de una banda.[1] De esta forma, con la nueva sociedad, habían unido sus fuerzas un sencillo hombre de campo –Bailoretto- y un obrero gráfico, ambicioso y calculador: “Mate Cocido”, quienes fueron investigados por haber emboscado a personal de una subsidiaria de la Forestal que viajaba en automóviles y lo habían forzado a entregar 13.000 pesos que terminaban de retirar de una sucursal el Banco Nación de Resistencia, Chaco.
Intentaron otro robo a otra sucursal de La Forestal el 10 de mayo de 1938, pero resultó no sólo infructuoso, sino que, además, tuvo como resultante la muerte del mayordomo del establecimiento.
Tras ese homicidio, Bailoretto se volvió al sur del país, aunque era visiblemente apoyado por la población que interpretaba a los hechos delictivos como actos de justicia popular. Incluso se tejió sobre su vida el mito de que era enemigo de la violencia innecesaria, que no era ambicioso y que no tenía apego al dinero, que robaba para vivir y ayudar a sus amigos y “protectores”.
Incluso la policía interpretaba que el delincuente trataba de evitar enfrentamientos, aunque –vale decirlo sin pelos en la lengua- hacía polvo la reputación de la policía de La Pampa.
Esta no es la historia de Bailoretto, -otros autores ya se han encargado de su trayectoria delictiva- aunque sí cabe apuntar que las policías de Neuquén, San Luis, Río Negro y Mendoza, adonde había ido a vivir Bailoretto con un nombre falso, no pudieron lograr su captura.
En Mendoza, precisamente, llegó a establecer relaciones con el Partido Demócrata, gobernante en la provincia y allí se convirtió en un caudillo de la agrupación de tinte conservador.
Bailoretto, luego de meditarlo, terminó por entrevistarse con un abogado para legalizar su situación -aún a costa de pasar un tiempo tras las rejas- con la posibilidad de dar su nombre a una hija, pero la situación no derivó en ningún acuerdo definitivo, ya que en pleno desarrollo de la tramitación un cómplice lo traicionó con la policía de La Pampa.
Así, una comisión mixta de detectives de esa provincia y de la de Mendoza logró concretar un operativo en el que cayó mortalmente herido el 14 de septiembre de 1941 en el patio de su casa, siendo luego su cuerpo velado en el local del Partido Demócrata de General Alvear.[2]
Por “Mate Cocido” las autoridades habían ofrecido una recompensa, pero el pedido no surtió efecto alguno.
*
Juan Carlos Cepeda, a cargo de la policía de Rosario, para frenar el avance delictivo decidió convocar al Ejército para sumar 200 efectivos de la Gendarmería Volante, especializada en enfrentar a huelguistas de La Forestal y en noviembre de 1936 aceptó la propuesta de propietarios del Departamento San Martín, para costear con sus fondos la organización y manutención de un Escuadrón de Policía Montada, que tendría el mismo nombre que el cuerpo especial de la explotadora del quebracho y de los trabajadores.
Cepeda, el 1º de febrero de 1895 había sido designado comandante de la Guardia Nacional en el Departamento Constitución y a partir de allí inició una vida activa y luchadora en diversos cargos públicos apoyado en su carácter recio y firme que le permitió desempeñarse naturalmente en cargos políticos, a la vez que estuvo capacitado para generar iniciativas de interés general.
Desde el 31 de marzo de 1902 fue diputado nacional por Rosario hasta el 31 de marzo de 1904 y desde esa fecha en adelante se hizo cargo de una senaduría por el citado Departamento durante cuatro períodos hasta 1920, año en que decidió su renuncia de manera inclaudicable.
Integró la Convención Reformadora Provincial el 25 de diciembre de 1907 y en 1919, por renuncia del vicegobernador Francisco Elizalde le hicieron llegar reclamos por aumentos de sueldo.
Fue gobernador a partir del 3 de diciembre de 1919, por renuncia de Lehman hasta el 9 de mayo de 1920 y vicegobernador de Santa Fe, convencional y diputado nacional.
Como senador nacional, hasta 1943, promovió gran cantidad de leyes, entre las que podemos mencionar la creación del Ministerio de Agricultura del Litoral; el traspaso del Hospital Centenario; la cristalización de la Ley 12.815 de Obras Públicas, que posibilita que fuera erigido luego el Monumento Nacional a la Bandera y se genere el Parque de la Ancianidad, la Estación Ferroviaria Única, la Avenida de Circunvalación y la urbanización de la costa de Rosario, partiendo desde la Avenida Belgrano. Algunos de sus proyectos no se concretaron y otros que sí fueron levados adelante, no llevan su nombre y apellido.
Ocupó varias veces la presidencia de la Unión Cívica Radical, siendo uno de sus creadores en la provincia de Santa Fe.
Asumió en 1946 la presidencia Juan Domingo Perón y Cepeda dejó libre a sus seguidores de tomar con libertad decisiones electorales, mientras él se despedía de las luchas políticas.
Hilario Quijano, el vicepresidente de Perón, había sido muy amigo de Cepeda, ya que habían militado juntos y en sus respectivas provincias. Cuando el 10 de mayo de 1954 falleció Cepeda, las autoridades provinciales en su homenaje decidieron que la bandera permaneciera a media asta y una comisión de destacados funcionarios policiales asistió al velatorio, a la vez que se dispuso en la cámara mortuoria una guardia de honor.
Posteriormente, la carroza fúnebre, en camino a la necrópolis, fue precedida por una sección de la Guardia de Caballería, integrada por 30 hombres. Ya frente al cementerio, una guardia del Cuerpo de Bomberos y un Escuadrón de la Guardia de la Jefatura aguardaba el féretro.
Los restos mortales de Cepeda fueron despedidos por el doctor Sugasti, Francisco Saggese, Jaime Soler y el doctor Marcos Steinleger. [3]
[1] Todo es historia. Edición 90. Diciembre de 1968.
[2] Chumbita. “Bailoretto”. Op.cit.
[3] Juan Cepeda 1954-1969; Museo Histórico Provincial “Doctor Julio Marc”, Rosario. Memorias de la Jefatura Política 1922-1923-1924; diarios La Capital, La Tribuna, La Acción de Rosario y medios del Departamento Constitución; patrimoniosf.gov.ar . Extraído el 19/09/07
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
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