📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Benito: el amante de la filosofía griega
El comisario general Benito Juan González, uno de los mejores preparados técnicamente para dirigir la policía, tuvo a cargo su gestión desde 1988 a 1990.
Cursó sus estudios a nivel secundario, recibiéndose de bachiller en el Colegio Larraya, de Capital Federal, efectuando también en dicha institución educativa cursos de sociología, filosofía griega, psicología y lógica aplicada a la función policial en la Policía Federal Argentina.
Se recibió también de dibujante en el Instituto Argentino de Dibujo de Capital Federal y participó de ciclos educativos de Fármaco Dependencia y Toxicología, en la Facultad de Medicina de Rosario.
González, ingresó a la policía en 1959, luego del concluir su entrenamiento en la Escuela de Policía de Santa Fe, de donde egresó como oficial subayudante, siendo designado en el departamento General López y la nómina de destinos fue la siguiente: En 1961 fue jefe de la comisaría de Aarón Castellanos; 1962, titular de la de Sancti Spiritu; 1967, jefe de la de Teodelina; en el mismo año, jefe de la seccional de María Teresa; 1968, jefe de la comisaría de San Gregorio; 1973, jefe de la comisaría de Rufino y en 1979, subjefe de la Unidad Regional de General López.
En 1983, el ministro de Educación de la provincia lo autoriza a dictar charlas y cursos de drogadependencia en colegios secundarios y tráfico de drogas en institutos superiores.
El detalle de las jefaturas de unidades regionales ocupadas por González es la que sigue: período 1980/83, jefe de la Unidad Regional IV, Caseros; 1983/84, Unidad Regional V, Rafaela; 1984/87, Unidad Regional VI, Villa Constitución; 1987/88, Unidad Regional VIII, Melincué y 1988/90, Unidad Regional II, Rosario.
El análisis de los ascensos logrados en su carrera policial puede sintetizarse señalando: Curso de oficial subinspector, 1967; de subcomisario, 1973 y comisario principal, 1978. Como jefe de la Unidad Regional VI, con asiento en Villa Constitución, hacía tareas de prevención como conferencista en escuelas sobre temas de drogadicción.
González participó, asimismo, de cursos especiales, siendo la nómina de los mismos la que sigue: 1975, Curso de Historia Argentina, dictado por el profesor Pedro Depaoli; 1980, cursos de Derecho Penal, Derecho Administrativo y Derecho Constitucional; 1980, participación en las Primeras Jornadas Criminológicas del Litoral, organizadas por el Instituto de Ciencias Penales y la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario. El mismo año fue miembro titular del Curso de Actualización y farmacodependencia en la Faculta de Medicina de Rosario y al año siguiente participó de las Jornadas de Identificación Criminológica.
Formó parte del Ciclo de Conferencias sobre Defensa Nacional, en el Ministerio de Defensa de la Nación y asistió a las Primeras Jornadas Regionales de Estrategia y Defensa Nacional que se realizaron en la Universidad Nacional de Rosario, a la vez que participó como secretario general en la Convención Redactora del Convenio Policial Argentino: 1982/1983.
Dos años más tarde se desempeñó como presidente de la Comisión de Trabajo en el IV Congreso de Policía, realizado en Cafayate, Salta y representó a Santa Fe en el Consejo Policial Permanente. Fue miembro de honor de la Sociedad Criminalística y disertó en las Jornadas de Criminología de Rosario sobre el tema Drogas: Consumo y Consecuencias.
En 1991 se retiró y dos años más tarde viajó a Chile como jefe de la delegación de profesores para enseñarles a los alumnos de la Escuela de Carabineros y, al año siguiente, viajó al ducado de Luxemburgo como observador de la Policía Internacional, haciendo luego lo propio en el Congreso de Alemania, y en los de Bélgica y España. Fue recibido, además, en Viena, en Hungría y en Italia, así como en Suiza y en Perú.
Formó parte de la Asociación Internacional de Policía de Argentina una asociación compuesta por alrededor de sesenta países que posee más de 300.000 policías asociados. La entidad es reconocida por la UNESCO, con sede central en Ginebra, Suiza.
Podría continuar detallando mayores antecedentes, pero no quiero agobiar al lector de esta columna con los antecedentes de uno de los policías mejores preparados del país.
La explicación de un derrotero
El lector, seguramente, sentirá curiosidad por saber las motivaciones que llevaron a quien esto escribe, a detallar, minuciosamente, el derrotero del jefe policial que nos ocupa.
Vale la pena que el lector de la presente columna, pierda unos minutos por dar a conocer –aunque más no sea parcialmente-, la trayectoria relevante de Benito González.
Me tomé el atrevimiento de detallarlo, debido a que el aludido profesional, en noviembre de 1988 -en el marco de un período de su actuación-, se contrapuso, en el mismo lapso, a la decisión que tuvo que tomar la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario, que elevó cargos contra el ex general Leopoldo Fortunato Galtieri por 169 casos de privación ilegítima de la libertad, seguida de torturas y 40 particulares damnificados.
Era el mismo Galtieri, que tenía tiempo suficiente –según me relató un testigo en Rosario- para compartir copas con Agustín Feced en el cabaret “La Bambola”. Sin embargo, ese tiempo no le alcanzó para presentarse a declarar.
Los saqueos
A González le tocó actuar en uno de los episodios de violencia urbana más significativos de la época en Rosario: Los saqueos.
Se iniciaron a las 19, del 28 de mayo de 1989. Habitantes de las villas de emergencias que entornan Rosario y de clase media de los barrios, fundamentalmente del sur y el oeste participaron de los mismos, asqueados por la situación económica que los afligía. Esto último –vale puntualizarlo- no está señalado para justificar, de ningún modo, el accionar ilegal de la población.
Los vecinos de esas zonas de la ciudad vivieron una experiencia aterradora. Centenares de hombres, mujeres y niños destrozaban vidrieras, incendiaban negocios y se llevaban todo tipo de mercaderías. La policía tenía -hay que recalcarlo- en principio, orden de no intervenir.
Ante la gravedad de los hechos que se producían, se procedió a declarar el “Estado de sitio”[1] y la ciudadanía comenzó a advertir la presencia de civiles en móviles policiales, con sus identificaciones cubiertas con papeles pegados o con machas de barro, a lo que se agregaban automóviles particulares sin patente, conducidos por personas que portaban armas de guerra.
A ello debe sumarse el secuestro de personas por parte de individuos con el rostro cubierto, allanamientos múltiples en los barrios, con secuestro de elementos propiedad de las familias allanadas.
El gobernador, ante el gravísimo cariz que tomaban los hechos, en una conferencia de prensa, anunció la detención de 1500 personas.
Así, familias completas, incluso niños, fueron alojados en la Jefatura de Policía –Santa Fe 1950-, en seccionales, en la Escuela de Policía, de Alem 2050 y en los pabellones de la Sociedad Rural.
Tanto en la escuela aludida como en la Sociedad Rural, -señaló la APDH- los detenidos fueron sometidos a apremios ilegales, simulacros de fusilamientos, presiones psicológicas y mordeduras de perros adiestrados que arrojaban a los detenidos.
El 30 de mayo ya se habían saqueado más de 100 comercios y producido 3 muertes, a lo que debieron sumarse para las estadísticas 60 heridos y 600 detenidos. El gobernador Víctor Félix Reviglio declaró ese día:” La situación está calmándose”.
El día 31 la gravedad de los saqueos se extendió a las zonas de Alberdi y Nuevo Alberdi, en el norte de Rosario. Arreciaban los tiroteos entre saqueadores y policías y los titulares de varias asociaciones vecinales y vecinos se dirigieron a la Dirección General de Vecinales a contarles a los funcionarios que preveían que habitantes de las villas cercanas a sus viviendas estaban preparándose para hacer estragos. Las mujeres y los niños, al ver que la noche se cernía sobre ellos estaban aterrados. Los padres de familia se reunían para juntar armas de mano y rifles derruidos con los que se subirían a sus terrazas para defender a sus familias.
Aunque ello no se concretó, el trabajo psicológico desplegado influyó tremendamente en dichos vecinos que advirtieron a los funcionarios interlocutores, que defenderían con armas sus viviendas.
El sol comenzó a descender sobre el oeste y las calles de Rosario eran lo más cercano, a partir de las 18, al ambiente que se vive en novelas de terror, con arterias desoladas, negocios vaciados y una población al borde de la desesperación. Caminaban por las arterias, muy pocas personas, como zombies, destruidos psicológicamente.
La pérdida de la actitud contemplativa
Con el correr de las horas, la policía modificó su actitud contemplativa y por órdenes superiores empezó a enfrentar a los saqueadores y a los punteros que le decían lo que debían hacer.
Ese día, a disposición de los juzgados federales quedaron 1.300 personas y al anochecer del 31 la ciudad contaba 5 víctimas fatales, mientras que, en Buenos Aires, los muertos alcanzaban la cifra de 8.
El primero de junio ya había en Buenos Aires 12 cuerpos sin vida y la policía, a órdenes de González, recorría las villas, aunque con dificultades, porque los equipos de comunicaciones estaban siendo interferidos por profesionales de la violencia, llegados presumiblemente desde otras provincias. Ocurría lo propio con los medios de comunicación, que tenían los móviles callejeros casi totalmente anulados. Hombres del área de inteligencia operaban sobre los periodistas y estos se las veían en figurillas para discernir la verdad de la mentira.
El día 2 de junio continuaron los tiroteos y en las 24 horas posteriores se produjeron incidentes con 24 heridos, mientras seguían detenidos en la Jefatura y en la Sociedad Rural 444 personas.
Ese mismo día, fue detenido el abogado Norberto Olivares, mientras actuaba como defensor de una familia secuestrada y, entonces, el gobierno nacional, por decreto 714, decidió el estado de sitio por 30 días en todo el país, mientras que Rosario fue declarada en estado de emergencia.
Aún en las 24 horas siguientes -3 de junio- los tiroteos, aunque más esporádicos, se escuchaban en los barrios cercanos a las villas y en el medio de la locura colectiva, fue baleada la seccional 19ª.
Los vecinos que habitaban en cercanías de las referidas villas de emergencia, se pasaban armados todo el día en las azoteas y, en algunos casos, hasta tenían todo listo para hervir aceite para arrojar a los presuntos atacantes.
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Llegadas a este punto, fuerzas de seguridad, en forma conjunta, emprendieron un operativo masivo de allanamiento en las viviendas más empobrecidas de la zona sur, oeste, Alberdi, barrio Fonavi y la Villa Banana.
En las primeras 36 horas, la policía y las restantes fuerzas recuperaron 13 toneladas de alimentos, cortadoras de fiambres, secadores de ropa, changuitos, cajones de bebidas alcohólicas y un sinnúmero de elementos de todo tipo, muchos de los cuales aún permanecían en el interior de los “changuitos” de supermercados sin consumir, los cuales no eran de primera necesidad.
En Ayolas y Avenida de Circunvalación, los saqueadores, atemorizados por actos presuntos de venganza de las fuerzas de Gendarmería Nacional, dejaron abandonada una montaña de alimentos y enseres de todo tipo.
El jefe del operativo declaró posteriormente que en la Sociedad Rural continuaban detenidas 150 personas y en la tarde del 4 de junio, la Gendarmería utilizó cuatro ómnibus para trasladar lo incautado a la Unidad Regional II.
Al sexto día del mismo mes, se hallaban 480 personas a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y el ministro de Gobierno, doctor Didier, admitió en declaraciones periodísticas que el operativo montado por los saqueadores había tenido un sincronismo perfecto.
Benito González señaló que el 4 de junio habían sido detenidos dos activistas que planeaban saquear los supermercados de Buenos Aires y Córdoba.
La muerte resuelta con un padre nuestro
Ya en pleno período democrático, bajo la gestión del comisario Atilio Mario Bléfari, asumido el 27 de diciembre de 1990, el sargento Argentino José Orrego mató de un disparo a Fabián Lelio Benigni, de 23 años, en la localidad de Arroyo Seco, tras solicitarle documentos y luego de haber ordenado que detuviera su vehículo, con el que corría picadas. El gatillo fácil reemplazaba ya, casi sistemáticamente, a los operativos de las fuerzas de tareas.
Los testigos señalaron que Orrego lo mató a quemarropa, motivando ello una fuerte crítica de la prensa que casi llevó a que la cúpula policial renunciara en su totalidad.
Fue entonces que Bléfari expresó sin ponerse colorado: “Para que todos sepan que la institución no tiene rencores, recemos un Padre Nuestro a la memoria de Begnini”. El juez de Instrucción de la 12da. Nominación Rubén Eduardo Saurín, tuvo la causa a su cargo.
El rubicundo comisario y el ex interventor Riege, peinado siempre a la gomina, según lo señaló el ahora diputado Carlos del Frade- a fines de 1991 se entrevistaron, y en esa oportunidad hubo entre ellos un enfrentamiento por diferencias “económicas”.
Bléfari, un viejo policía conocedor de la delincuencia rosarina no se doblegó al interventor y comenzó una lucha subterránea entre ellos por posicionarse en la Unidad Regional II.
[1] Informe escrito por Rubén Naranjo, en nombre de la APDH, el 26 de junio de 1989, reproducido por el Diario Rosario 12, 29/5/1999. Pág. 8.
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Foto: Saqueos en supermercados de Rosario, 29/05/1989
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