📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Cuffaro se entrega a su destino
El domingo 28 de octubre de 1923, contra todos los pronósticos, se presentó ante el juez Díaz Guerra de Rosario, José Cuffaro, sindicado como el mafioso, jefe de la banda que en 1911 tuvo a mal traer a la policía provincial, ya que era uno de los prófugos del asalto al tren de pasajeros nº 20, del Ferrocarril Central Argentino que el 24 de mayo de 1916, procedente de la provincia de Tucumán, había partido de Rosario con destino a Retiro, a menos de 50 km por hora.
Los delincuentes, entre 8 y 10, en ese episodio, se hicieron de la caja de caudales que transportaba el convoy y luego se apoderaron de los bienes de los pasajeros, quienes en una curva en la que el tren circulaba a sólo 5 km /hora, tomaron por asalto el rojo furgón, tras lo cual redujeron a un guarda y dominaron por la fuerza al maquinista, no sin antes obligarlo a aplicar el freno de mano que detenía el transporte.
Dominada la situación, un grupo de asaltantes se dedicó a la caja, cuyo candado fue destruido de un tiro, mientras el resto se apoderaba de las valijas de los pasajeros, así como del dinero en efectivo que tenían y sus alhajas.
Rosario, el paraíso de los carboneros
Entre las actividades a que se dedicaban los mafiosos en Rosario, una de ellas era, preferentemente, el de carbonero. Como consecuencia de sus guerras internas, fue secuestrado el hijo del carbonero Brella, así como el cobrador del Banco Popular Alejandro Aritu, a lo que se agregaron los asesinatos de un carnicero, del rosarino Barnett, así como de un anciano, cuyo apellido era Semorilla.
Para enero de 1924 la ciudad de Rosario era una especie de centro receptivo de mafiosos de la “Camorra” napolitana y de jóvenes sicilianos, quienes se unían a los grupos delictivos de sus mayores, que eran perseguidos por el régimen de Benito Mussolini.[1]
A estas alturas, en Santa Fe, los mafiosos estaban divididos en dos sectores: el rural y el urbano, determinando la policía que los pistoleros Campieri y Riccotieri, nacidos en el norte de Italia, fueron quienes se especializaron en secuestros extorsivos.
Esos pedidos de dinero circulaban en anónimos cuando Isaías Coronado asumió la jefatura policial de Rosario el 15 de enero de 1924.
- El 1º de agosto de 1911, Coronado había formado una comisión para que se dedicara a modificar el reglamento vigente sobre casas de tolerancia, considerando particularmente los aspectos de ubicación y radio de asignaciones, luego puesto en vigencia en el Digesto Municipal del año referido, debiéndose tener en cuenta que la designación del radio de las casas de tolerancia era facultad del intendente.
La Omertá
Desde que la mafia comenzó a “filtrar” hacia Buenos Aires, en una primera etapa y luego a Rosario, su accionar se sostenía mediante la “Omertá”, un código de silencio de la mafia que se fundamentaba en el miedo y la desconfianza de la población en el accionar de la policía.
Los sicilianos al llegar a la segunda de las ciudades mencionadas, se encontraron con el manejo de la prostitución por parte de la Zwi Migdal, dominada por “macrós” franceses y “panzones” criollos, por lo que optaron por aliarse con los políticos, quienes “colaboraban” en el oscurecimiento de las investigaciones de los delitos.
A tal punto sucedía esto último, que a un policía alto rango le “costó la cabeza” por atreverse a realizar un allanamiento en un campamento italiano de Roldán. Era más que obvio que la connivencia política–mafia entorpecía las investigaciones y Félix de la Fuente, jefe de los investigadores desde 1917 a 1930, cayó bajo sospecha por sus presuntos vínculos mafiosos.
Muchos delincuentes terminaban presos, a pesar de que cambiaban sus nombres y se disfrazaban para cometer sus atracos y homicidios. Sus huellas dactilares terminaban delatando sus crímenes.[2]
Sin pena ni gloria
Así llegamos al proceso histórico en el que Natalio Ricardone tuvo también la oportunidad de dirigir los sistemas de seguridad en Rosario y lo hizo a partir del 11 de mayo de 1924, aunque sobre esa función específica, esta investigación no logró poner en blanco sobre negro algún hecho destacable de ese funcionario, aunque logró sobrevivir en su gestión hasta febrero de 1926. ¿La delincuencia rosarina? Bien, gracias.
Ricardone había formado parte de una comisión de municipales que produjo un informe presentado por Bonorino y Pinto, el 13 de julio de 1870, en el que se consideró aceptable -pero con modificaciones-, un proyecto para construir dos líneas de tramway – tramo riel plano y way o vía -.
Una de ellas estaba destinada a conectar el muelle de Castellanos con la estación del Ferrocarril Central Argentino y la restante para recorrer la Calle del Puerto, pero las propuestas fueron descartadas.
Para analizar la misma cuestión, Ricardone formó parte de la Comisión de Obras Públicas que analizó propuestas para el mismo tipo de transporte público. Terminó dicha comisión adjudicando el contrato, luego de múltiples disidencias.
Fue el propio Ricardone quien también eliminó los obstáculos opuestos a materializar la instalación del tranvía y en una memoria, editada en 1881, dio cuenta de haber concluido el relleno de la plaza Urquiza. Agregó que se hallaba en curso el rellenamiento de la plaza Iriondo, con tierra del desmonte de la calle Paraguay.
A principios de 1922, ante la carestía del costo de vida y el accionar inescrupuloso de comerciantes, en el Concejo de Rosario se analizó constantemente la situación de los obreros. Ricardone declaró entonces a una Comisión Pro- Abaratamiento de la Vida, Comisión Oficial de la Municipalidad de Rosario.
Cabe agregar que Ricardone fue presidente del Sanatorio Unione y Benevolenza y que, a mediados de 1925 adquirió en Buenos Aires instrumentos para la fanfarria, la que por razones económicas terminó por ser disuelta y los instrumentos fueron repartidos entre otras bandas de música.
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A pesar de la existencia de una idea arraigada en la gente, de que para fines de la década del veinte “no existía cocó – por cocaína- ni morfina”, la realidad era otra muy diferente: la cocaína se vendía por kilos entre los jóvenes de sociedad pudiente, así como entre los artistas de teatro y las cabareteras.
Algo similar le comentó al autor un ex corrector de diarios rosarino, -ya fallecido- quien paralelamente se dedicaba a contratar cantantes de tango para los shows que se realizaban en Buenos Aires y Rosario.
“Después que los traía al hotel desde Buenos Aires, en la mayoría de los casos tenía que salir a buscar ‘dealer’ que me vendieran unos gramos para los cantantes que traía”, me relató mi interlocutor.
“Es más, algunos de ellos se aspiraban hasta el polvillo que había bajo de la cama del hotel, antes de salir para dar su espectáculo, porque, me decían, no podrían bancarse dos horas de espectáculo ininterrumpido”, me contó el corrector mientras se tomaba su cortadito liviano y bien liviano como le gustaba.
“La gente de la década del veinte tenía más acceso libre a la droga que hoy”, continuó el ya ex canoso amante de las sintaxis. “Por esos años los interesados en obtener “la merca”, sólo tenía que ir a la farmacia, a un bar de la periferia o pagar a una de las chicas de la noche, que hacían la diferencia con la reventa”, agregó.
Esto sucedía a pesar de que en 1924 se aprobó la ley que penalizaba el consumo y tráfico de drogas en Argentina y las farmacias, por derecha, tenían hasta dos kilos para poder vender “bajo receta”.
Uno de los más conocidos traficantes, identificado como Juan Martín, de 40 años, en mayo de 1929, fue detenido por un policía de la seccional 9na., en Jujuy y Suipacha, pleno barrio de Pichincha, portando entre sus ropas 24 “ravioles” de cocaína, cuyas dosis eran, al igual que hoy, de un gramo, pero puro. No como a partir del 2008, que se comercializan con una mezcla de vidrio molido y talco para reducir costos”.
El detenido dijo que “la droga se la habían vendido marineros que pasaban por Rosario”[3], aunque posteriormente terminó por declarar que los había comprado a un peso el gramo.
El magistrado a cargo de la investigación ordenó la detención de los clientes de Martín, esto es 31 mujeres que se hacían pasar por lustrabotas –16 argentinas, 10 francesas, 3 italianas y 3 polacas, que trabajaban en los cafés de las calles Suipacha, Jujuy, Pichincha y Brown.
El trabajo periodístico, en el que se apoyó circunstancialmente esta investigación, agregó que la cocaína se vendía en una cantidad apreciable en el cabaret Montmatre, de San Martín 370 bis, donde cada noche se generaban peleas y desórdenes fenomenales, a tal punto que tuvo que ser clausurado el 10 de septiembre de 1928.
Al año siguiente, el 31 de mayo de 1929, se generó una de las tantas trifulcas, en este caso entre el portero y los músicos que actuaban en el local por la venta de cocaína. Todos terminaron tras las rejas y el boliche, obviamente, fue clausurado.
Mafiosos tuneleros
Algunos de los lectores de esta columna, que siguieron la historia de Juan Galiffi, de su hija Ágata y del plan de la banda de esta última para ingresar mediante un túnel a una entidad crediticia, para cambiar el dinero del tesoro por billetes falsos, se interesaron en conocer el destino final de los protagonistas.
Como señalamos, Juan Galiffi , que financió la operación, fue deportado; Otto Evert, un falsificador de clisés de billetes, fue detenido y Blas Accinelli, quien tenía la tarea de imprimir los billetes falsos con una minerva, tuvo idéntico destino al de Evert.
Ágata fue detenida y condenada a 10 años de prisión en una cárcel tucumana y salió en libertad en 1948, gracias a la intermediación de religiosas, tras 9 años y 3 meses a la sombra de una celda.
El abogado Lucchini, primer marido de Ágata, salió un año antes de la prisión y le inició a su esposa una demanda de divorcio por abandono malicioso del hogar, tras lo cual le embargó parte de la herencia.
Ágata, trabajó luego de moza en un bar tucumano y vendió avisos publicitarios en un periódico de Villa Constitución, e incluso se desempeñó como enfermera aplicando inyecciones y como trabajadora en una joyería de Capital Federal.
Pláceres tampoco la pasó bien. La policía lo llegó a colocar en una mazmorra a la que denominaban “el cadalso”, cuyo uso estaba prohibido por la justicia.
“Allí cantó todo lo que sabía cómo un jilguero”, admitió un policía que participó de las “entrevistas” que se le hacían al imputado.
El ventoso y desapacible 8 de marzo de 1926, Mar del Plata fue la ciudad elegida para ser “sede” de un “plenario nacional” de delegados mafiosos al que “Chicho Grande” decidió no concurrir.
La misma decisión tomó un año después, en el mes de enero, cuando tuvo lugar un segundo encuentro en Río Cuarto. Su “vocero” sólo anunció que su jefe no concurrió debido a que sufría de paperas.
[1] Osvaldo Aguirre. Op.cit., pp. 28-33-38 y 74. Héctor Nicolás Zinni. La Mafia en la Argentina. Rosario. Ediciones del Viejop almacén. 1996.
[2] Monos y Monadas. 04/09/1910. Artículo sobre dactiloscopía y el bonaerense Juan Vucetich.
[3] Osvaldo Aguirre. Artículo titulado “Sexo, drogas y Pichincha”. Suplemento Señales. La Capital, 23/03/08.
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
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