El juramento y la palabra sagrada (Parte 2) – Por Ricardo Marconi

📜 El rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

El juramento y la palabra sagrada (Parte 2)

 

La muerte en tiempos de cólera

Comienzo a escribir algunos párrafos sobre Saturnino de Ibarlucea y no puedo evitar pensar en Gabriel García Márquez, quien tituló una de sus novelas «El amor en los tiempos del cólera». El punto en común es la epidemia.
El premio Nobel de Literatura desarrolla su historia en el Caribe y el funcionario rosarino que nos ocupa en un naciente poblado, debiendo enfrentar la terrible dolencia desde su cargo de Jefe Político y como presidente de la Municipalidad de Rosario, al ausentarse Domingo Palacios.

De Ibarlucea había sido nombrado juez de Paz del Cuartel 1º el 31 de diciembre de 1859, mientras se desempeñaba como alcalde Eudoro Carrasco.
Entre 1867 y el siguiente año, como consecuencia de la epidemia de cólera y colerina, cientos de muertos insepultos, el hedor insoportable en las calles y el terror al contagio lo obligaron a reunirse con los médicos del Tribunal de Medicina de Rosario, quienes, como única solución para acabar con el mal, le expusieron que «tenían esperanza en el saludable viento Pampero».

En ese mismo 1867, la Aduana comienza a tener dificultades para desarrollar su gestión. El cólera hace estragos y muchos dejan el trabajo para no contagiarse. De Ibarlucea toma una decisión desesperada: deja sin efecto los autos de prisión de delincuentes prófugos a cambio de que los mismos se presenten a trabajar en la Aduana.

La jefatura política, paralelamente, hace un recurso de queja contra la Comisión de Higiene del Concejo, a la que acusa de no cumplir con sus tareas, ya que no dispone que los enfermos sean conducidos al Lazareto, que se fabriquen ataúdes y que lleve un registro de los fallecidos.

Agustina Prieto, docente e investigadora del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario analizó epidemias que afectaron a Rosario y tiene los méritos suficientes para opinar sobre la cuestión. Señaló que este tipo de enfermedades «hacen un corte transversal en la sociedad, permiten ver que pasa y sirven para determinar cuáles son los conflictos sociales y políticos, tanto evidentes como latentes».[1]

La profesional señaló, además que «las epidemias ocurridas en la segunda mitad del siglo XIX y a principios del 1900, en Rosario, tuvieron una importante incidencia en la profesionalización de la medicina y devinieron en un destacado desarrollo de la infraestructura urbana».[2]

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Pero el cólera no es todo en la ciudad. Saturnino firmó un convenio para que, a partir del 23 de marzo de 1867, Leopoldo Arteaga establezca en la ciudad un sistema de alumbrado público a gas hidrógeno.
Arteaga, por su parte, se compromete a construir una fábrica para producir los aparatos necesarios por un lapso de dos décadas. La fábrica se construiría en un predio de 100 metros de frente por 150 de fondo, sobre la costa del Paraná, al este de la ciudad.

 

Un acérrimo enemigo del «amiguismo político»

Tras la renuncia de Saturnino De Ibarlucea, desde el 20 de julio al 24 de diciembre de 1867, se hizo cargo de la jefatura política de Rosario y la presidencia municipal, el doctor Martín Ruiz Moreno, un talentoso abogado que había nacido en nuestra ciudad el 10 de abril de 1833.
Sus pares y la comunidad local lo consideraban un hombre de mano fuerte, a la vez que destacado en su tarea de educador. Como periodista era conocido por sus obras de carácter histórico y legal.

El 19 de diciembre de 1867 brindó un meticuloso informe acera de los trabajos de desagüe de la Laguna de Sánchez –predio ocupado actualmente por la plaza Sarmiento- y allí expone una serie de dificultades para avanzar hacia el final de las obras. El mismo día, en «La Capital», la crítica sobre Ruiz Moreno no se hacía esperar. En una de las crónicas se puntualizaba que Ruiz Moreno trataba a los detenidos «como si fueran bárbaros de la Siberia» y se agregaba que «en los calabozos de Rosario se aplica el cepo, el grillete y la cadena».

Es el encargado de la capitanía del puerto local, quien el 31 de octubre del año que estamos analizando, quien le sugiere a Ruiz Moreno la necesidad de establecer un pontón para hacer efectiva la cuarentena de la epidemia de cólera ya mencionada anteriormente en esta investigación.

Moreno, en su gestión, recibió información sobre 420 fallecimientos por el cólera y la colerina, que terminó por producir, hasta marzo de 1868 –mes en que el mal dejó de generar un caos masivo en la ciudad-, 1.101 muertes, las que, clasificadas por sexo, resultaron ser 640 hombres y 451 mujeres.
Ruiz Moreno era inflexible y se negaba, sistemáticamente, a acceder a los pedidos que le hacían sus «amigos políticos», pues procuraba –según decía- que la ley fuera de aplicación pareja, para prestigiar la institución policial que conducía.
Además, Ruiz Moreno fue convencional, legislador provincial y nacional, aunque, nuevamente cubrió la jefatura política a partir del 27 de enero de 1868.

 

Tres al hilo

José Fidel De Paz, Emiliano Frías Y Juan Manuel Coll se hicieron cargo, provisoriamente – el primero por cuatro días, el segundo por seis y el tercero por 25 días- de la jefatura política y la presidencia municipal de Rosario.

De Paz pretendió activar comercialmente la ciudad, gestión en la que tenía experiencia, ya que había trabajado en el objetivo de atraer consignaciones del interior del país y facilitar expediciones a mercados de ultramar para convertir a Rosario en un centro comercial de la Confederación.
Había establecido la Barranca del Progreso, de 62 por 36 varas, en la intersección de Libertad y Bajada Nueva, donde se acopiaban frutos. Ya, desde 1958, formaba parte de una sociedad anónima destinada a la construcción del primer muelle rosarino.
Fue, además, un miembro del club Constitución en 1860 y cuatro años más tarde del Libertad. Su popularidad personal hizo que el diario La Patria lo apoyara para que fuera elegido elector junto a Martín Fragueiro, Pedro Lassaga, Camilo Aldao y José Luraspe.

El 15 de enero de 1868, siendo un antiguo propietario de uno de los terrenos del Caracañal, recibió en su despacho una nota en la que se le requería custodia para una locomotora del Central Argentino, que tenía como destino «detener la destrucción de la propiedad inglesa», pues al decir de quienes le enviaron la misiva «los intereses británicos no pueden ser permitidos, de ningún modo, de ser comprometidos en las guerras civiles de este país».

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Emiliano Frías, el segundo en el orden de convocados a la jefatura política y a la presidencia municipal, -a partir del 28 de diciembre de 1867- era un santiagueño que en enero de 1859 se desempeñaba como presidente del Casino Mercantil. No aceptó la propuesta, pero estuvo dirigiendo la ciudad 96 horas, hasta que asumiera el funcionario que fuera elegido.

El 12 de diciembre de 1860 fue invitado a ocupar un cargo similar, pero desistió…

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…y Juan Manuel Coll, un natural de Rosario, dotado de singular capacidad para desempeñarse en el campo político y administrativo, fue llamado a hacerse cargo de la jefatura política, teniendo en cuenta, además que era un individuo tesonero, con habilidad para actuar en el terreno de las iniciativas de envergadura a favor de la población, de la que había logrado ganarse la confianza.

Seis años antes, había sido elegido municipal y en octubre de ese mismo año diputado provincial por el Departamento Rosario. El 3 de enero de 1868 tomó las riendas de la ciudad por acefalía.

Mientras estos episodios ocurrían, soterradamente la delincuencia comenzaba a crecer con la generación de minúsculos grupos que actuaban en bandas pero que, al ver que no se los combatía, decidieron lentamente crecer…

 

[1] Las epidemias y sus historias. Lizzi Smiles. La Capital.

[2] Íbidem.

 

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Foto Rosario en el Recuerdo: 1925. Por calle Corrientes (esq. Catamarca), una multitud de curiosos espera el paso del presidente Alvear

Viene de acá: El juramento y la palabra sagrada (Parte 1)

Continúa aquí: El sueño del pibe: jefe por dos días

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