Foto de Mate Cosido
📜 El Rompecabezas de la muerte en Rosario
El regreso de José Cuffaro
A pocos años del inicio de la década del 20, tras dejar de lado sus incontables intentos de avanzar socialmente, apoyado en la honestidad y el trabajo, José Cuffaro comenzó a ser popular en el mundillo del hampa rosarina.
Cuffaro fue vinculado con el caso del asalto al tren de pasajeros del ferrocarril Central Argentino, ocurrido el 24 de mayo de 1916, en su recorrido Rosario-Retiro, sólo trece días después que ocupara el cargo del jefe Político Néstor Noriega, tras el triunfo eleccionario de la fórmula Rodolfo Lhermann- Francisco Elizalde.
Noriega tuvo que avocarse a la investigación del robo que le permitió a Cuffaro y su banda apropiarse de la caja de caudales del convoy y de las joyas y dinero de todo el pasaje.
Tras este episodio se desencadenó, como era de esperar, una lluvia de robos, secuestros extorsivos y asesinatos. El 15 de julio de 1916 Cuffaro y su banda secuestró al cochero José Zapater, auriga de un coche de plaza, por el que se exigió la suma de 400 pesos que su padre pagó. A pesar de ello, los mafiosos, no conformes con el rescate pagado por el padre del mismo, Miguel Zapater, asesinaron a este último.
Noriega, con la presión social sobre sí, fogoneada por el periodismo, decidió avanzar hasta las últimas consecuencias con su investigación y logró ubicar el domicilio de los delincuentes -9 de Julio al 2300, entre Alvear y Santiago-donde los detuvo mientras realizaban una reunión.
Cuffaro, junto a Esteban y Luis Curaba lograron escapar del operativo, pero no pudieron hacer lo propio Vicente y Antonio Amato, Juan Curaba, Casalichio, Schianza, Nocera, Schiaviglia, Ansaldi y Farruggia.
No había ya dudas, la mafia estaba extendida en Rosario y alcanzaba, en parte, al casco céntrico, así como a los barrios Ludueña y Mendoza, mientras que al norte comenzaba a extender sus tentáculos a Ibarlucea.
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Y ya que hablamos de secuestro, podemos acotar que era ese mecanismo una de las tres patas que completaban la mafia y la ciudad. Aprovecharemos entonces para apuntar que el secuestro, seguido de extorsión, que se utilizaba como engranaje delictivo, se dividía en etapas.
En primer término, se hacía una labor de inteligencia para conocer el medio en que se movía la víctima. En esta fase se contactaba al entregador, -alguien cercano a la persona a secuestrar-, que solía estar ligado a la organización mafiosa.
Estos individuos, a los historiadores, los hacían recordar a los “vichadores”, esto es blancos, renegados o comerciantes compradores de ganado y otros productos robados, que servían de informantes y entregadores a los malones indígenas en el siglo IX, en el ámbito de la llanura pampeana, tema al que nos referimos en la primera parte de esta investigación.
Luego se procedía a la captura de la víctima con la menor violencia posible y se la trasladaba al lugar de ocultamiento, donde permanecía hasta el pago del rescate.
La fase posterior implicaba el pedido de dinero a los familiares a través de cartas que escribía la víctima a mano levantada. En el texto, la víctima rogaba por su libertad, agregando que se hallaba en buen estado de salud y que accedieran sus parientes al pago.
Una vez que los familiares admitían el requerimiento, los mafiosos les daban una serie de complejas instrucciones para impedir que les tendieran una trampa a quienes iban a recoger el dinero.
Por último, llegaba el tiempo de liberar al cautivo y el reparto de la plata entre los componentes de la gavilla.
La mafia local utilizaba para sus operaciones–reuniones y ocultamientos de cautivos-domicilios particulares o lugares de trabajo pertenecientes a los miembros del grupo delictivo.
La organización mafiosa, con el tiempo, se fue diferenciando internamente, ya que en un principio eran todos sus componentes personas de estratos sociales humildes – el mafioso Juan Galiffi, era un agricultor-pero con el correr de los años y gracias al desarrollo de sus habilidades marginales, se transformaron loa jefes en capos destacados, al mando de sus subordinados que acataban órdenes por una simple razón: les convenía económicamente, ya que tenían múltiples deudas contraídas o por temor.
Los lazos entre capos-subordinados eran clientelares, razón por la cual, en el tiempo la asociación se transformaba en una “gran familia”, que de vez en cuando sufría desastres internos en su estructura al surgir, entre los detenidos por la policía, alguien que rompía el código de silencio –omertá- y la unidad se disolvía de manera total o parcial, según los alcances de la “batida”.
Los primitivos lazos que unían a las “familias” de Rosario eran la procedencia de un mismo lugar o aldea. Por eso se trataban de “paisanos” que implicaba, en muchos casos, la caída de familias enteras, como por ejemplo los Vinti y los ya aludidos Curaba, en las que esposas, cuñados e hijos actuaban en consuno para delinquir.
Para ese entonces se distinguían dos personajes siniestros entre los delincuentes que asolaban Rosario. Nos referimos a Alí Ben Amar de Sharpe -más conocido como Chicho Chico- [1], audaz y más ambicioso que su contrincante Juan Galiffi (a) Chicho Grande- o “El inmigrante”, nacido en un pueblito de Sicilia (Ravanusa), Italia, el 9 de diciembre de 1892, quien había llegado a nuestro país en 1910. Con su llegada a Rosario, proveniente de Gálvez[2], la familia mafiosa se agrandó considerablemente, siendo Curaba su lugarteniente.
Juan Galiffi empezó desde abajo, como peluquero, y luego abrió una “fonda” en Alejandro Aldao 1921 –donde revendía objetos robados-, tras lo cual, al crecer económicamente se animó a montar un negocio de venta de licores.
Se casó con Rosa Alfano y vivía en Rosario, en Mitre 1379, aunque su primer domicilio en Rosario fue el de Iriondo 13. En julio de 1914 se mudó a 9 de Julio 850 y desde allí, como señalamos, se mudó a Gálvez.
Un informe policial aportó datos sobre la adopción de su hijo Salvador, cuyo padre sería Antonio Spinelli[3], el primer esposo de Rosa Alfano.
Galiffi, un sujeto letal, con un manejo personal dominado por códigos rígidos, que manipulaba también el negocio del mercado de frutas y vegetales, vendía protección a los comerciantes a través de la “Mano negra”. Incluso protegía los negocios derivados de la actividad prostibularia de la Zwi Migdal, aunque no le hacía asco a la usura y las estafas.
A todo esto, los Dainotto actuaban en el barrio Echesortu y los Pendino tenían a su cargo la zona de Avenida Pellegrini.[4]
La mafia controlaba el tráfico de la verdura y, paralelamente, abría locales políticos de cualquier partido. Luego de arreglar que “recibirían a cambio”, los miembros de la colectividad correspondiente eran “invitados” a votar por el candidato elegido y para lograr el objetivo, si era necesario, se apelaba a la violencia y al fraude mediante el denominado “vuelco de padrones”, la sustracción de urnas y hasta el incendio de locales de los resistentes, delitos que no eran considerados graves. Obtenido el monopolio, la mafia ponía los precios y aquellos que estaban contra el sistema imperante, aparecían muertos.
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El 6 de julio de 1918 el Jefe Político y caudillo radical Néstor Noriega recibió una enérgica nota del personal policial, reclamando el pago de haberes retrasados. La misma estaba fechada el día anterior. Ya los policías habían notificado al ministro de Gobierno lo decidido en una asamblea.
Los policías daban a Noriega, en su petición, un plazo de 24 horas para que pagara los meses de sueldos – febrero a junio – que les debían.
Para colmo, a los agentes se los obligaba a desfilar, con motivo de los festejos del 9 de julio. A pesar de ello, Noriega negó importancia al reclamo, mientras que la prensa, por el contrario, se hizo eco del mismo. Aquel mes de julio se multiplicaron las protestas hasta que se consiguió el pago de dos meses. La situación empeoró y el 8 de diciembre el cuerpo de bomberos se aprestó para un motín.
Tras intentar infructuosamente, mediante notas enviadas al gobernador radical de Santa Fe, Rodolfo Lehmann, para que se les abonaran los más de seis meses de atrasos en los sueldos, los agentes y bomberos fueron a la huelga.
El 9 de diciembre de 1918, aproximadamente, 150 manifestantes se congregaron en una esquina céntrica de Rosario. Eran policías sublevados que exigían el pago de remuneraciones. El sueldo básico de un policía alcanzaba a 70 pesos y por el accionar de los usureros, los agentes cobraban sólo 32.
Los policías se organizaron en asambleas y formaron piquetes. Intentaban formar una sociedad de empleados y agentes de policía y bomberos. El Sindicato de Vendedores de Diarios cedió su local para que se hiciera la reunión. Los reclamos votados en el cónclave incluyeron la exigencia del pago de los sueldos en su totalidad, el establecimiento de 100 pesos de sueldo como mínimo, la abolición de toda instrucción militar y el pedido de que los bomberos no tuvieran funciones policiales.
El gobernador dispuso la cesantía de los policías plegados al movimiento y pidió el apoyo del Regimiento 11 de Infantería para reprimir a los huelguistas.
Distintos gremios simpatizaron con los policías que habían dejado de trabajar sin cobrar y decidieron recorrer la ciudad junto a los efectivos policiales. Soldados y oficiales del Ejército Argentino reprimieron con sus armas a los policías y a la población y produjeron una matanza y decenas de heridos.
Como si esto fuera poco, días después, el gobierno nacional reforzó las fuerzas represivas con el envío de unidades de Caballería e Infantería y, como resultante, varios agentes fueron detenidos y en los medios de comunicación se señaló que 688 efectivos se habían plegado a la huelga. Muchos de ellos terminaron encarcelados y apaleados por militares cuando se presentaron a entregar sus armas y uniforme. Los puestos vacantes fueron ocupados por policías del interior de la provincia, conscientes que mejoraban su situación personal caminando sobre los cuerpos inermes de sus compañeros.
La policía aprovechó “la volada” y engrilló a dirigentes anarquistas. Es más, las autoridades políticas no hicieron nada para evitar que la burguesía elaborara el concepto de que detrás del episodio vivido se asomaba desembozadamente un complot, lo que era falso. Así como también era mentira que los anarquistas eran los responsables ideológicos. Obviamente no se mostraron pruebas que justificara la existencia de una ideología bolchevique tras la medida de fuerza implementada.
Desde Montevideo, el embajador argentino se comunicó por esos días con el ministro del Interior de Irigoyen para expresarle la inquietud existente entre los uruguayos por la huelga policial generada en Rosario. Los oficiales de inteligencia uruguayos sostenían que anarquistas catalanes y maximalistas rusos estaban al frente de la agitación social y sugirieron al gobierno de Uruguay que cesanteara a los agentes de origen español que cumplían funciones en Uruguay, a la vez que recibió como respuesta que implementaran una vigilancia más estrecha en las zonas de Montevideo habitadas por europeos y judíos a los que se consideraba afiliados a sociedades terroristas.
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Por la época que nos ocupa -1916- David Segundo Peralta, más conocido por su alias de “Mate cocido”, comenzó a formar parte del folclore regional de la delincuencia en el litoral argentino.
Nacido en la localidad de Morteros, provincia de Tucumán, el 3 de marzo de 1897, hacia 1926, se trasladó al Chaco, desde Corrientes. Su apelativo provenía de una cicatriz en el cuero cabelludo.
Desde 1916 a 1924 figuró en los prontuarios policiales de las provincias de Tucumán, Córdoba y Santiago del Estero. Culto, educado y humilde, Peralta pagaba generosamente a quienes le rendían algún servicio, con lo que se ganó el aprecio y la popularidad entre la gente, la que consideraba que el bandolero, cuando organizaba sus atracos, trabajaba cuidando hasta el menor detalle. Eso se notó cuando concretó atracos en Bunge y Born, Dreyfus y La Forestal.
Peralta se autotitulaba el “ladrón de los pobres” y se escribieron artículos periodísticos sobre él en revistas de la época, con lo que se hizo valer entre los grupos anarquistas.
Conseguía documentación falsificada en Buenos Aires, según lo relataron en sus trabajos los historiadores Julio Del Prado, Manuel Bertolani, José Amaya y Julio Amaya.
Tenía claro “Mate cocido”, que debía evitar la violencia y los enfrentamientos armados con la policía, no por temor, sino como un mecanismo para lograr sus propósitos sin ser detenido.
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Junto al bandido pampeano Juan Bautista Bailoretto, proyectaron el robo de una fábrica de tanino, pero Peralta desistió luego de evaluar los sucesos que se desencadenarían luego de llevarse a cabo el atraco.
Bailoretto siguió adelante con su proyecto y como resultante del mismo cayó abatido uno de sus cómplices, luego de un tiroteo con la policía.
Disfrazado de peón rural o como viajante, para no despertar sospechas, Peralta se hizo famoso en pueblos como Presidencia Roque Sáenz Peña y Gancedo.
Años más tarde, un 22 de diciembre de 1939, la banda de Peralta secuestró al estanciero Jacinto Berzón y pidió 50.000 pesos moneda nacional, como rescate, el que debía ser entregado por familiares de la víctima cumpliendo precisas instrucciones. El dinero debía arrojarse el 7 de enero de 1940, desde un tren, antes de llegar a la estación de trenes de Villa Berthet, en Chaco.
Las autoridades cercaron el lugar y cuando la gavilla fue al lugar, a buscar el dinero, se produjo lo previsible: un enfrentamiento a pura bala, donde “Mate cocido” recibió un impacto en la cadera, aunque logró escapar de la zona para desaparecer definitivamente.
Si murió, sus restos nunca fueron hallados.
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Pero, así como “Mate cocido” desaparecía de los lugares que solía frecuentar, otro comenzaba a ser conocido públicamente por sus andanzas, las que perduraron en la memoria de los santafesinos entre 1916 y 1934: Julio Avena, un mafioso que trascendería por su apelativo: Senza Pavura.
Si uno analiza su prontuario, no cuesta nada enterarse que tenía registradas entradas por lesiones, hurto, extorsión y homicidio, delito éste último que lo llevaría a conocer la prisión entre 1921 y 1924.
Nuestra investigación confirmaba una vez más lo ya dicho como denominador común en este trabajo: “Senza Pavura” trabajaba como peón en un puesto de verduras del Mercado Central, donde había una parada de taxis, cuyos choferes –Romeo Capuano y Santos Gerardi- formaban parte de la banda.
En “Vida cotidiana. Rosario 1930 a 1960”, Rafael Ielpi historió que “ataviados a la usanza de los habitantes de la Italia meridional arriban siete inmigrantes que se declaran cultivadores de olivas- una ocupación habitual en Sicilia, pero que en realidad vienen con contactos ya establecidos con la mafia afincada en Argentina: Juan Galiffi, Filippo Dainotto, Luisino Andrea Garcio, Benito Ferrarottti, Giuseppe Ambrosetti, José Albarracín y Pepe Anchiristi”.
[1] Un informe confidencial del Ministerio del Interior, enviado por el Consulado de Italia, a la policía de Rosario, desde Roma el 16 de diciembre de 1933, consignaba que Chicho Chico nació en Palermo el 9 de febrero de 1898. Agregaba el informe que era hijo de Vicente Marrone y Taormina Antonina. Ya había actuado como mafioso en su ciudad natal, donde había asesinado el 16 de junio de 1924 a Luigi Donatolla; el 16 de julio de 1926 a Vicente Palazzolo y dos días antes había sido imputado de asociación ilícita. Debido a ello había fugado a Marsella el 3 de enero de 1930, donde fue localizado. Se pidió su extradición a Francia, pero logró escapar a Buenos Aires y desde allí se dirigió a Rosario.
[2] Raúl Peralta, un agente encubierto realizó en Gálvez una intensa investigación sobre Juan Galiffi y luego remitió a sus superiores un pormenorizado informe acerca de las actividades delictivas del mismo. Los datos suministrados por el “espía” fueron incorporados al prontuario 34.704 de la policía rosarina.
[3] Antonio Spinelli falleció en 1919.
[4] Juan Palacios, cronista de Policiales en La Tribuna. Declaraciones realizadas el 20de octubre de 1974.
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
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