Fracasó la chirinada – Por Ricardo Marconi

📜 El Rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

Fracasó la chirinada

 

Alrededor de las 3.20 de la calurosa madrugada del 29 de diciembre de 1933, luego del rechazo policial del ataque a la seccional 6ta., se produjo un atentado al cuartel de la Guardia de Seguridad de la Caballería de Rosario, que epilogó trágicamente.

Una columna de 50 revolucionarios, mal armados y exaltados, acompañada de otros tantos hombres que viajaban en cuatro camiones se aproximó al lugar que ocupaba el escuadrón, por calle 1º de mayo al 2050.

Antes que el centinela Antonio González Torres pudiera darse cuenta de lo que ocurría por la velocidad de los acontecimientos, dos o tres individuos se le acercaron sigilosamente, adelantándose a su columna y le efectuaron una descarga cerrada con un arma, que terminó con su vida instantáneamente.

Al escuchar los estampidos, a los que se agregaron explosiones de bombas, las tropas de seguridad se dirigieron resueltamente hacia los altos del edificio y a la puerta principal.

En esas circunstancias salieron a la calle el jefe y su segundo al mando, César Reyes y Félix Meyville, respectivamente. Fue en esa instancia en que explotó una granada de mano que hirió gravemente a Reyes en el brazo derecho, debiendo tomar el mando Meyville.

Mientras ello ocurría, desde la terraza del cuartel fue repelida la agresión con nutridas descargas. Varias bombas, arrojadas desde los camiones sobre las terrazas del edificio causaron daños de importancia, así como en el portón del frente, que era de hierro, aunque no ocasionaron víctimas.

Otra deflagración se produjo en un balcón de una casa de los aledaños, en momentos en que tomaban posiciones los efectivos de seguridad en las calles adyacentes, en posición de cuerpo a tierra. Los gritos de fondo de los vecinos aterrorizados acompañaban el tableteo de las armas.

Finalmente, como consecuencia del ataque se produjeron varias detenciones y la incautación de armas y proyectiles.

El diario “La Tribuna” de esa misma tarde titulaba “Fracasó la chirinada”.

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Las cosas comenzaron a cambiar con el asesinato del periodista Silvio Alzogaray, de 38 años, quien escribía en la redacción de “Crítica”, que dirigía el uruguayo Natalio Botana, amigo del general Justo. El cronista era uno de los que más énfasis ponía en los graves episodios que protagonizaba, casi diariamente, la mafia.

El mafioso Galiffi relacionaba las crónicas contra la misma, a su decisión de negarse a venderle a Bottana su caballo Fausto. Lo cierto era que Alzogaray había sido enviado a Rosario a cubrir el accionar mafioso desde “el centro mismo de sus operaciones”.

El asesinado Alzogaray informaba –según sus compañeros de la redacción- “sin pelillos en la lengua”, calificando las cosas con claridad, rectamente y sin temor. La policía no lo estimaba por eso y mucho menos por saberlo un adversario de intenso celo periodístico, consagrado a la verdad.

El homicidio, como es de imaginar, desató una tormenta periodística que puso a la ineficacia policial sobre el tapete. La indignación de los ciudadanos arreciaba y la presión de la prensa se tornaba casi insostenible.

El 21 de noviembre de 1934 ingresó, con captura recomendada, a la alcaidía Juan Galifffi (a) “Chicho Grande” con 42 años cumplidos.[1]

Alzogaray había estado tras los pasos de “Chicho Grande”, sobre el que había reunido información, pero no había dado nombre y apellido.

La policía de Rosario, dirigida en el ámbito de las investigaciones por homicidios por Carreras, De la Fuente y Martínez Bayo, principalmente, desencadenaron sobre la ciudad una serie continuada de operativos que el 17 de octubre permitieron detener a alrededor de 90 mafiosos, los que cinco días después fueron dejados en libertad por la justicia. Había actuado en la presión hacia los policías, el ministro del Interior porteño, Leopoldo Melo, a favor de más de un prominente miembro de la mafia.

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Como fuimos relatando en Proyecto Escaño, “Chicho Chico” había decidido abrirse de sus socios de la Zwi Migdal para especializarse en el secuestro extorsivo, matando a sangre fría cuando lo creía necesario, hasta que se equivocó al desafiar abiertamente a “Chicho Grande”.

El detonante fue el secuestro de un joven de una familia conocida, episodio que llevó en definitiva al comienzo del fin de los dos capo-mafia.

Nos referimos al secuestro de Santiago Hueyo, hijo el ministro de Hacienda de Justo, junto al de su amigo, Abel Ayerza, un estudiante de 25 años, miembro de una familia de altísimo poder adquisitivo, propietaria de la estancia “Calchaquí”, ubicada en la provincia de Córdoba, quien resultó posteriormente asesinado, homicidio que se multiplicó periodísticamente como pocos crímenes ocurridos en esa década en la Argentina.

Sobre el tema se hizo en una columna un relato minucioso sobre el tema, en el que se aclararon las reales motivaciones del crimen de Ayerza.

Los raptores no se dieron cuenta- al parecer- que tenían secuestrado al hijo de un ministro de la Nación, a quien liberaron a la espera del rescate por Ayerza.

En este caso la banda estaba conformada por Capuano, Gerardi, Juan José Frenda, Juan Vinti y Salvador Rinaldi, actuando como cómplices Anselmo D`Allera, en cuya chacra fueron alojados los secuestrados; Pablo y Vicente Di Grado, quien era el encargado de custodiar a Ayerza junto a Vinti; Carmelo Frenda, Carmelo Vinito, José La Torre, Pedro Gianni y las esposas de algunos de ellos.

Hueyo, tras ser liberado puso en marcha, con el acuerdo de los Ayerza, el pago del rescate, entregado en mano a Rinaldi, el que prometió la liberación del estudiante a los pocos días, lo que no se concretaría jamás.

Juan Vinti, intranquilo por la falta de noticias de la banda, decidió trasladar a Ayerza hasta Campo Carlitos, en tanto la esposa de D´ Allera recibía un telegrama con la frase “Maten al chancho urgente”. La mujer realizó un viaje a Rosario para obtener explicaciones y allí se enteró que el rescate había sido cobrado y que en realidad el texto debió decir “manden al chancho, urgente”.

Desesperada la esposa de D` Allera regresó al paraje y ya no encontró a Vinti, el que, terminó matando por la espalda y de un escopetazo a Ayerza.

El homicidio de este último derivó, finalmente, en el ya citado entierro de su cuerpo en Buenos Aires, con el marco de un acto multitudinario de la elite porteña y de las huestes filofascitas.

Desde 1933 en adelante para los traficantes la situación se complicó, y aún más para los judíos dedicados a ese delito, ya que la Policía Federal inició una guerra generalizada contra la mafia por sobre las jurisdicciones de las fuerzas policiales de Santa Fe y Córdoba.

En la policía de Rosario se destacarían Miguel Viancarlos, Víctor Fernández Bazán, el ya aludido José Martínez Bayo, Barraco Mármol y los policías apedillados Faciutto y Mascheroni. Los detectives habían iniciado una frenética búsqueda de “Chico Chico”, ya que no estaban enterado de su muerte bajo el sistema del alambre, tras ser recibido en la finca de Juan Galiffi por su esposa e hija.

El que había dado la orden mortal ya se había marchado de la finca hacia San Juan, para quedar libre de toda sospecha.

Morrone, el fallido capo es ajusticiado por Juan Glorioso, Antonio Montagna y Juan Rubino, junto al chofer Luis Corrado, quien actuó como cómplice necesario. Precisamente, la confesión de Corrado a Viancarlos, permitió en febrero de 1938, conocer los detalles del homicidio y desenterrar “en una quinta de Ituzaingó, donde fuera sepultado, los restos óseos del mafioso y un par de elementos que aseveraban su filiación: el calzado de charol con cañas blancas y botones de nácar que usaba habitualmente y una etiqueta de  The Lasting en el forro del sombrero”.

Aunque parezca la historia de una película, Juan Galiffi, gracias a su abogado logró salir en libertad, regresar a Buenos Aires, a su casa de Pringles y como ya citamos en una crónica anterior, se radicó en Uruguay, más precisamente en el balneario de Pocitos. Tras ser deportado por el gobierno argentino. Viajó a Sicilia, en pleno fascismo y allí ejerció un cargo público hasta su muerte en enero de 1944, al sufrir un paro cardíaco durante un bombardeo aéreo aliado.

 

Martínez Bayo, el “príncipe de los picaneadores” 

El comisario José Martínez Bayo, jefe de Seguridad Personal, de la policía de Rosario, un conocido torturador -a quien algunos atribuyen la creación de la picana eléctrica-, que seguía el caso Ayerza, no pudo evitar el enfrentamiento de las policías de Rosario y Buenos Aires, debido a que el esclarecimiento del crimen ocurrió en la última de las ciudades.

El grave episodio no tardó en ser esclarecido debido a dos razones de peso: la importancia de la víctima y el clima antimafia que existía en la ciudad. Cuando Galiffi, llegado desde Montevideo – como ya adelantamos- a la estación Rosario Norte, lo esperaban muchos rosarinos para verlo detenido en la calurosa noche del 16 de marzo de 1933.[2]

Cabizbajo, esposado y agotado, caminaba escoltado por dos famosos policías de la época, el ya aludido José Martínez Bayo y Hugo Barraco Mármol.

Un año más tarde (1934), cayó preso Francesco Zappia (a) «Faccia Bruta», quien también se hacía llamar Bruno Antonelli. Murió, a los 29 años, en un hecho de sangre ocurrido en el penal donde estaba recluido.[3]

El diario Crítica, en uno de sus editoriales hizo referencia a que “Rosario, centro de actividades de la mafia y de los más audaces núcleos de tenebrosos, ha sido llamada siempre la Chicago Argentina. Hoy mejor que nunca puede así denominársela(…) es una gran vergüenza para la policía de esa provincia, así como un gran dolor para nosotros.

La policía de Rosario sabe, como lo sabe allí todo el mundo, que esa ciudad es la capital de la mafia y de los tenebrosos(…)”

 

Operaciones de inteligencia

Como estamos refiriéndonos al año 1934, no podemos dejar de mencionar que las operaciones de inteligencia en ese lapso – al igual que en la época de la sangrienta dictadura iniciada en 1976, los militares dirigían desde pulcros y sombríos despachos los operativos que se efectivizaban mediante la mano de obra policial, aunque en dicho año de la década del 30, la agresión estaba dirigida hacia los gobernadores que favorecían a los intereses de los radicales calificados de rebeldes.

Así, agentes de la División Investigaciones, a las órdenes de un teniente coronel uriburista – Emilio Facciones- quién cumplía funciones en el Regimiento 11 de Infantería de Rosario, espiaron a militantes radicales, así como a miembros de la policía local, la que fue acusada por el militar mencionado de “fomentar actividades comunistas”.

 

 

[1] Diario El Ciudadano. 1/8/2005, pág. 11.

[2] Abarcusrosario.com.ar 22/06/07

[3] Nota al coleccionista Juan Alberto Yappur en el Diario El Ciudadano 1/8/2005, pág. 11.

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Viene de acá: La barrida general

Continúa aquí: La leyenda del Pibe Cabeza «enemigo público número uno»

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