El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
La maldición del color naranja a presos de alto perfil en las cárceles de Santa Fe
A partir del lunes los 60 presos de “alto perfil” de las cárceles de Santa Fe estrenarán nuevos uniformes color naranja para distinguirse del resto de los delincuentes.
Así se da cumplimiento, luego de exactamente nueve meses, a la medida que se incluyó en la nueva Ley De Ejecución Penal que se aprobó en diciembre pasado, impulsada por el Ministerio de Seguridad y Justicia como mecanismo para facilitar la identificación, control y visibilidad de los internos que se destacan por su peligrosidad.
La medida preventiva había sido aprobada por ambas cámaras provinciales mediante el artículo 24 de la legislación que implica el uso de un uniforme específico, de carácter obligatorio, aunque vale hacer referencia a que habrá uniformes diferenciados cuando la situación legal sea distinta, en caso de detenidos menos peligrosos o por razones que tienen que ver con el nivel de seguridad, la zona de circulación asignada a cada malviviente o las tareas que desempeña el interno.
Los presos a los que se los visibilizará con el color naranja se los clasificó como “nivel 1” y no precisamente por considerárselos en el Top Ten de la delincuencia, sino por su extrema peligrosidad, permitiendo que las autoridades penitenciarias los identifiquen inmediatamente.
Más de 400 restricciones
Junto a los reclusos de alto perfil hay más de 400 tipos de restricciones, como por ejemplo las que tienen que ver con regímenes especiales y la recepción de visitas a través de una placa de blindex.
Los uniformes serán obligatorios para cuando los internos, afectados por la medida precautoria, implique su retiro de su lugar de alojamiento, ya sea dentro o fuera de la unidad penitenciaria hasta su regreso.
Los visitantes de los reos no podrán ingresar al penal con ropa color naranja para evitar que sean confundidos dentro de los establecimientos carcelarios. Es más, “el interno es responsable del cuidado y mantenimiento de su ropa personal y responderá con el descuento del peculio en caso de roturas o deterioro del uniforme”.
El criterio aplicado por la legislación para incluir a los presos en la categoría “alto perfil” implica que los mismos “Quedarán comprendidos aquellos que tengan participación o contacto con organizaciones criminales complejas o relacionadas al narcotráfico; existencia de indicios de participación en atentados, actos de fuerza, agresión o amenaza hacia los poderes públicos”, según se sostiene en la norma.
También se anexan a aquellos vinculados “en hechos de violencia hacia particulares; antecedentes de evasión, atentado o resistencia a la autoridad policial o penitenciaria; participación en motín o tumulto” o, incluso, relacionados con la “disponibilidad de recursos humanos, económicos, financieros, materiales, logísticos o de cualquier otro tipo, que hicieran presumir cualquiera de las circunstancias antes mencionadas”.
Cárceles específicas
La ley también establece que el Gobierno deberá construir cárceles específicas para el aludido tipo de internos y las normas de trato para presos de alto perfil pueden ser aplicadas de forma discrecional y a la población penitenciaria común.
Transcurría el mes de enero pasado cuando el ministro de Seguridad de la provincia, Pablo Cococcioni, confirmó la medida y explicó sus alcances a futuro. Fue entonces que apuntó: “Llegará el momento en que todos tengan un uniforme diferenciado. Vamos a empezar por distintas categorías. El uniforme te sirve para establecer a dónde va cada preso dentro de la dinámica carcelaria, el que puede pasar esa puerta para ir a un taller, para ir a una escuela… uno tiene que poder visualizarlo”, comentó.
La decisión aplicada cuando se estableció la norma legal que nos ocupa, se dijo que era para que la decisión sea parte de una “transformación muy severa en las condiciones de detención con herramientas de control mucho más potentes”.
Además, Coccocioni especificó que la ley “permite que los presos dentro de poco puedan utilizar uniformes de color diferenciado según al sector al que pertenecen. Si trabaja o no, si es de alta, media o baja peligrosidad, según el tipo de delito”, y justificó al explicar que, según su criterio, permitirá “una mejor visualización y control de lo que ocurre en el penal”.
El estigmatizante traje a rayas
El origen de los uniformes a rayas para los presos se remonta a la época medieval, cuando las rayas eran utilizadas para identificar a personas no gratas en la sociedad, como prisioneros, prostitutas y condenados. Las rayas se consideraban un símbolo de traición, rebeldía y crueldad, y la sociedad eclesiástica las reprobaba porque confundían la visión y suscitaban inmoralidad.
En el caso de los presos, el uso de uniformes a rayas se introdujo para marcarlos como individuos que habían caído en desgracia, y para reflejar el intento de imponer orden y control en las prisiones. Estos uniformes se alinearon con la ética victoriana de la época, que se centraba en la clasificación y la moralidad.
Los uniformes a rayas cayeron en desuso a mediados del siglo XX, y hoy en día la mayoría de las prisiones permiten que los reclusos vistan su propia ropa.
Otra de los Pettinato
Por estas horas el apellido Pettinato se escucha y se lee en los medios a cada rato a partir de la caída en desgracia de un expresidente argentino por una cuestión que es de dominio mundial y que, obviamente, no forma parte de esta columna.
Sí cabe hacer mención a Roberto Pettinato (padre), exdirector general de Institutos Penales de la Nación Argentina entre 1947 y 1953, quien estableció, en 1947, el fin del traje a rayas por ser considerado estigmatizante y mejoró el sistema penitenciario. En 1983, y con el retorno de la democracia, se tomó la misma decisión en Provincia de Buenos Aires.
La “Piba” también aportó lo suyo
La ministra Patricia Bullrich, en el año 2000, quien hace 24 años estaba a cargo de la Secretaría de Política Criminal y Asuntos Penitenciarios, propuso que el uniforme de color naranja fuese utilizado por los presos más peligrosos en la cárcel de Ezeiza. Su idea, en aquel momento, no tuvo éxito.
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“Un capo de dos mundos”
A aquellos que circunstancialmente, luego de haber accedido al libro El Rompecabezas de la Muerte en Rosario, que publicamos en abril pasado junto a Juan José Mocciaro, me preguntan intrigados sobre las razones por las que al “batidor de la mafia Tomasso Buscetta” se lo consideraba “Un capo de dos mundos”, les comentó que todo comenzó cuando una alianza de mafiosos, agrupados en torno a los líderes de la organización mafiosa de Don Corleone, utilizando escuadrones de la muerte para eliminar a sus enemigos, a los fines de establecer en Sicilia un poder dictatorial contra todas la otras gavillas mafiosas, eliminaron de la faz de la Tierra, entre otros, en una matanza descomunal, a dos hijos, un hermano, un sobrino, un cuñado y un yerno del mencionado Hombre de Honor, muy bien relacionado.
Tomasso era así considerado por tener intereses “en ambas márgenes del Océano Atlántico” y cuando “los corleonesi” lo atacaron se sintió inseguro en los dos territorios separados por el océano, se fugó a Brasil donde terminó detenido y posteriormente extraditado a Italia, donde intentó suicidarse ingiriendo estricnina.
Una rápida atención médica posibilitó que sobreviviera y se recuperara, tras lo cual decidió contar todo lo que sabía de la organización mafiosa en la que se había iniciado a los 17 años. Eso sí, recalcó que sólo declararía ante el juez Giovanni Falcone, hijo brillante de una familia de clase media de la entonces decadente Área de Kaba (Palermo).
Ante Falcone, antes que nada, dijo Buscettta que “había respirado el “olor a mafia” desde joven. Había jugado al tenis de mesa con Tomasso Spadaro, quien se convertiría en un notorio mafioso y traficante de heroína.
Falcone, el receptor de los dichos de Tomasso hizo sus primeros “pininos” judiciales en el área de Instrucción en el Tribunal de Quiebras, donde siguió meticulosamente las pistas de la oscura historia de financieras, aplicando su propia fórmula investigativa.
El “sistema Falcone” lo aplicó a un caso de tráfico de heroína que se produjo en 1.980, luego que el magistrado fuera trasladado a la Oficina de Investigación Criminal de Palermo donde obtuvo en 1.982 74 condenas.
Así fue que Falcone accedió al interior de la mafia junto a su equipo de investigación, mecanismo que le permitió conocer la organización en sus minúsculos detalles y, en base a ello, obtuvo las conexiones, los nombres, rostros y el detalle de crímenes, logrando conformar la estructura de mandos, los métodos y la mentalidad de los componentes de la organización conocida subterráneamente como la Cosa Nostra, supervisada por un jefe de Decena: Un Capodecina, que era el responsable ante el jefe máximo de una “Famiglia” local, al que asistían un “lugarteniente” y uno o varios “asesores”.
Tomasso le relató a Falcone que “el jefe de cada mandamento era un miembro de la comisión o “Consejo de dirección” para Palermo y, por encima de ese nivel provincial existía un organismo regional, compuesto por jefes de toda Siciclia”.
Casi el 50 por ciento de las “Familias” (sin g), de Sicilia son de Palermo y su provincia, mientras el jefe de la Comisión de Palermo ejerce el liderazgo de la mafia siciliana en su conjunto.
El “Capo de dos mundos” también conocía con minuciosidad a la Cosa Nostra estadounidense que tenía una estructura similar, ya que sus vínculos eran los lazos de sangre y las relaciones comerciales.
Buscetta sólo fue el primero de los “colaboradores de la justicia” a la que la mafia denominó pentitos. Otros siguieron su ejemplo y el primero de ellos fue Paolo Borsellino y Falcone también registró su testimonio, del que haremos oportuna referencia en su momento mediante otra de nuestras columnas.
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Viene de acá: Una indagación meticulosa de la dictadura militar realizada "ladrillo a ladrillo"