📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
La Mano Negra y el inicio de un nuevo rubro delictivo: la sustracción de automotores
La dupla Menchaca–Caballero, el 17 de mayo de 1912, había obtenido los votos necesarios para asumir la gobernación y vicegobernación de Santa Fe, respectivamente. Había concluido la lucha electoral entre tres facciones políticas: la Coalición, la Liga del Sur y el Partido de la Unión Cívica Radical.
Ese mismo día de mayo asumió como jefe de las fuerzas de seguridad en Rosario Ricardo Núñez y a los pocos meses el gobernador le ofreció –y aceptó- el Ministerio de Gobierno, Justicia y Culto, desde el 8 de octubre de 1913 al 6 de mayo de 1914.
Núñez era un militar nacido en Santa Fe, que había revistado como teniente en el 3º Batallón del Regimiento 3 de Infantería de Línea, en 1896. El 4 de febrero de 1905 participó de la revolución, asumiendo la jefatura de la Junta Revolucionaria formada en Rosario.
El militar tuvo que ordenar a sus investigadores que se hagan cargo de esclarecer el primer robo de un automóvil en la República Argentina. Las averiguaciones permitieron arrestar en relación con el hecho a Darío Balmaceda, de sólo 20 años y Julio Batalla Espeche, quienes se habían apoderado de un Landolet, chapa 164, cuyo propietario era Antonio Macorich.
La policía esclareció el caso luego de sostener dos tiroteos con los ladrones. En el segundo de ellos Balmaceda murió tras recibir en el enfrentamiento un tiro en la nuca, mientras conducía el automóvil que, sin control, se estrelló contra un árbol.
Ricardo Núñez murió en Rosario el 6 de mayo de 1914 y una calle de Rosario lo recuerda.
Efectivo y legalista, qué más podemos pedir
Al asumir Ricardo Núñez lo había nombrado como secretario personal a Jorge Raúl Rodríguez y al dejar el primero su cargo de jefe de la Policía de Rosario, del puesto se hizo cargo el segundo de los mencionados, a partir del 10 de octubre de 1913, con 21 años.
Ocupó la jefatura política de Rosario en tiempos del ya mencionado gobernador Menchaca con dinamismo y efectividad, según la prensa de la época. Las suyas, fueron virtudes que le permitieron ganarse el respeto de sus subordinados y la simpatía de la población.
Incrementó el número de efectivos del Escuadrón de Seguridad y a la División Investigaciones la dotó de nuevos elementos, particularmente en el área de identificación, a la vez que reorganizó dependencias.
A pesar de todo lo expuesto, Rodríguez debió abandonar el cargo por causas "políticas". Renunciado a su investidura, según su propia apreciación de su gestión, cuando creyó que había realizado todo lo que de él se aguardaba, motivo por el cual se le reconoció un sólido prestigio en el campo político.
En 1916, en el marco de su gestión, se trasladó la jefatura política al asentamiento de Santa Fe 1950, ocupando la manzana actual junto a las calles Moreno, San Lorenzo y Dorrego.
Ese mismo año fue elegido diputado nacional por Santa Fe, siendo reelegido, desempeñando el cargo hasta su muerte. Precisamente en dicho ámbito legislativo, Rodríguez actuó como vicepresidente de la Cámara y presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda.
Como legislador elaboró un proyecto de ley sobre residencia –número 4144-; sobre la Ley de Divorcio; sobre el matrimonio civil y la creación de la Universidad Nacional del Litoral, de la que luego se desprenderá la de Rosario.
Destinó fondos nacionales para crear escuelas y colegios, muchos de ellos en la ciudad de Rosario y dejó una interesante obra literaria de poesía y de prosa, a la vez que tuvo un paso por el diario La Capital, escribiendo bajo el seudónimo de Eroj Luar.
En 1914 abandonó su carrera literaria para dedicarse a la función pública. Había nacido el 19 de abril de 1891 y dejó de existir en Buenos Aires el 24 de junio de 1929, a los 38 años.
Atentados mafiosos
El edificio de la Jefatura se inauguró el 4 de mayo de 1916, cuando la institución política era conducida por el doctor Ferrer.
Ese año comienzan a aparecer en la prensa de Rosario referencias a hechos delictivos de mafiosos y en ese campo podemos citar el atentado sufrido por el almacenero Félix Rioja, en la puerta de su negocio ubicado en 9 de Julio y Rodríguez. Rioja se había negado a pagar una contribución de cinco mil pesos y, en represalia, un mafioso –enviado por el capo de la zona- le disparó desde una bicicleta dos tiros de revólver que no dieron en el blanco. El mensaje intimidatorio había sido dado.
Esa zona de nuestra ciudad era un escenario repetido de la crónica policial. Allí caería abatido el periodista Alzogaray y sería secuestrado el auriga Zapater, tema sobre los que profundizaremos en este trabajo.
Las amenazas venían acompañadas de notas con puñales, calaveras u otro signo macabro. Eran firmadas por la Mano Negra, un "sello" creado para atemorizar a las víctimas, generalmente buscadas, al principio, entre gente de bajos recursos, aunque con el correr del tiempo se iniciaron los secuestros con connotaciones extorsivas de individuos de grandes fortunas como Abel Ayerza o Marcelo Martin, casos que se analizarán en esta investigación con minuciosidad.
Estaba claro, en principio, que los secuestradores no deseaban dañar a sus víctimas, puesto que el negocio consistía en devolver a sus secuestrados sanos y salvos, a cambio del rescate exigido. En ese sentido la muerte de Ayerza perjudicó la "imagen" de la mafia en tanto organización respetuosa de cierto trato con las víctimas.
El dinero obtenido, se repartía de manera desigual. La mayor parte correspondía al capo de la banda y el resto iba a los bolsillos de los secuestradores "de campo", quienes albergaban a la víctima hasta su devolución.
Aunque parezca curioso, entre los mafiosos se organizaban "listas de aportantes" para ayudar a delincuentes que cayeran detenidos. Un accionar común entre los anarquistas o sindicalistas. De esta manera se apelaba a la solidaridad entre los paisanos, mientras que en las organizaciones revolucionarias el aporte tenía que ver con un acto basado en la clase social o en la simpatía ideológica.
La mafia, junto con su nacimiento en tierras de Argentina, trajo consigo conflictos internos que se solucionaban antes que se transformaran en episodios violentos.
Las primeras bandas
Los primeros mafiosos comenzaron lenta y minuciosamente a formar las primigenias bandas y quienes deseaban formar parte de ellas como "iniciados", debían ser presentados por un componente al que el resto de la gavilla tenía fichado como un "amigo nuestro".
Si no se producía una presentación formal, no había posibilidad de ingresar, ya que el nuevo componente sólo sería aceptado luego de una minuciosa investigación personal y familiar para evitar la probabilidad de que se le estuviera abriendo la puerta a un "infiltrado".
El nuevo componente de la "famiglia" debía estar disponible las 24 horas del día de los siete días de la semana. Para esto no había excusas ya que la organización estaba antes que todo. Y no sólo eso era esencial, también se debía llegar a horario a las reuniones. Hacerse presente tarde era una falta de respeto al jefe y al "padrino", a la vez que el responsable se convertía en una persona no confiable.
A los componentes de la "familia" ni se les ocurría hablar mal de sus superiores y menos hacerse los "novios" de las hijas de un compañero. Obviamente, si a un mafioso lo atrapaban simpatizando con la mujer de otro mafioso, el castigo era severo y, a veces, mortal, ya que las mujeres eran consideradas como "una propiedad personal" y debían ser tratadas con respeto y su ridiculización tenía un costo para el responsable.
Los parámetros elementales expuestos formaban parte de las "bases" de las bandas mafiosas en Argentina. A ellas se agregaron otras para los mafiosos que desde Italia se dirigieron a Estados Unidos en forma directa y en donde elementos fundamentales sirvieron para marcar las diferencias: la droga, la venta de alcohol en gran escala y estafas monumentales relacionadas con el no pago de impuestos al combustible, que obligaron a los jefes a tomar "medidas internas complementarias".
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
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