📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Los primeros «pininos» de la guerrilla en Rosario
En la crónica que nos ocupa, con el objetivo de ir cerrando los avatares violentos que dejaron un reguero de sangre, vale recalcar que el gobierno de la Revolución Libertadora –motivación de las últimas crónicas-, había firmado un convenio con la Santa Sede, siendo el embajador, ante el órgano eclesiástico, Manuel Río.
El convenio tenía que ver sobre asistencia espiritual para las fuerzas armadas, que fue como una señal para esperar más tratativas. Así fue que luego, en 1958, el electo presidente Arturo Frondizi resolvió que debía, de todas maneras, ser encarado el tema dentro de un contexto general, con un criterio moderno y patriótico y la resultante de ese criterio no se hizo esperar: Fue el doctor Santiago de Estrada, designado en la Santa Sede como embajador, el que a partir de agosto de 1958 tuvo a su cargo la gestión.
En Rosario, con ese marco, tres meses antes, más precisamente el 6 de mayo de 1958, llegó el tiempo del doctor Juan Carlos Carlomagno como jefe de la cúpula policial para posicionarse en el “puzle” que se está conformando con esta investigación.

Su ceremonia de asunción tuvo lugar en el iluminado a giorno Salón Blanco de la Jefatura y a la misma se hizo presente el entonces gobernador de Santa Fe, doctor Carlos Sylvestre Begnis; el ministro de Gobierno, Justicia y Culto, doctor Enrique Escobar Cello; el presidente del Concejo Municipal, a cargo de la intendencia, Luis Cándido Carballo y el subjefe de Policía, Alfredo Lawson, entre otras autoridades de primer nivel.
Fue en ese acto que Escobar Cello puso en funciones a Carlomagno y lo llenó de elogios como magistrado y caballero. El nuevo funcionario había sido un hombre consagrado al estudio del derecho, de una actitud insobornable, según sus pares y con un amplio conocimiento de las necesidades de la policía.

El ministro de Gobierno también hizo hincapié –como si fuera necesario- en que en la gestión de Carlomagno se respetarían los derechos de los trabajadores y que se combatirían con energía los juegos prohibidos, así como todas las formas de delincuencia.
Sólo cabe agregar que Carlomagno cumplió estrictamente con el programa que para su área anunció el gobernador cinco días antes de su asunción.
De Isla preocupado por la formación policial
A tres meses de la iniciación de la década del 60, se hizo cargo de la policía el comisario general Fermín Pedro de Isla, nacido en junio de 1910 e ingresado en el sistema de seguridad en 1936, para desempeñarse en su carrera en diversas seccionales.
Tuvo a su cargo, en 1942, la tarea de redactar el plan de estudios original para la Escuela de Policía, siendo nombrado regente del instituto. El escribiente Héctor Campanella lo ayudó en la elaboración del plan de instrucción, utilizando como referencia a los cursos que dictaba la Escuela de la Policía Federal.
Más delante, De Isla hizo lo propio con el programa de estudios de la escuela de suboficiales “Juan Vucetich”, en el que colaboraron magistrados del foro rosarino.
En abril de 1960 tuvo a su cargo la policía rosarina de la que se retiró como comisario general dos años después. Falleció el 17 de septiembre de 1992.
Al retirarse De Isla en 1962, el interventor federal de Santa Fe, – otro de los tantos militares que pasaron por la provincia de Santa Fe- general Ernesto Víctor Cordés, fue quien inauguró el nuevo edificio de los Tribunales Provinciales de Rosario y entregó las instalaciones a las autoridades de la 2da. Circunscripción judicial. La piedra fundamental había sido colocada el 8 de julio de 1945.
Hasta el momento de su inauguración los tribunales habían funcionado en el edificio construido por el empresario Juan Canals, frente a la plaza San Martín, que actualmente ocupa la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.
La prosecución histórica de los hechos nos acerca un nuevo protagonista como titular de la policía de Rosario, a partir del 19 de agosto de 1962: Pedro Dogliotti, quien ingresó a la repartición en 1936 y con el paso del tiempo llegó a desempañarse como secretario de la Cárcel de Encausados.
Tras un lustro de trabajo fue nombrado comisario en Rosario y cumplió tareas en la jefatura de la guardia de dicha ciudad.
En 1946 fundó la primera asociación cooperadora policial y a él se debe la creación de dependencias nuevas en la policía, tales como la sastrería y el stand de tiro, en el ex edificio de Jefatura, ubicado en Santa Fe 1950.
Cumplió tareas en diversas seccionales y en 1949 se lo nombró, interinamente, como jefe de Policía del Departamento Caseros, ascendiendo a comisario inspector. Ese mismo año ocupó la jefatura departamental de San Justo y regresó a Rosario para asumir en el Departamento Constitución en 1957.
Ascendió a subjefe de la policía rosarina desde junio de 1958 hasta 1960, tras lo cual se lo destina a la dirección de la cárcel de Coronda, siendo en la fecha apuntada jefe de Policía de Rosario.
Formó parte del grupo de hombres que fundó el Club Policial, en el que cumplió tareas en la comisión directiva.
Primeros atisbos de violencia revolucionaria
El devenir histórico nos obliga recordar como nuevo jefe policial en Rosario al doctor Raúl Ferreira, un profesional de foro rosarino de larga actuación. Estaba radicado en Buenos Aires, donde ejercía su profesión.
Ocupó cargos en la magistratura local y se desempeñó como juez de Instrucción. A la ceremonia de su asunción como jefe de Policía, ocurrida el 14 de octubre de 1963, la presidió el por ese entonces gobernador de la provincia, doctor Aldo Tesio.

Y fue precisamente en 1963 que una formación armada –el Ejército Guerrillero del Pueblo- un grupo de 7 u 8 hombres, en su mayoría argentinos, entraron a nuestro país, vía Bolivia, para crear un foco revolucionario en la provincia de Salta, siendo su líder un individuo que se hacía llamar el “Capitán Hermes”, un veterano de la guerrilla cubana, más precisamente de la Sierra Maestra Oriental, mientras que el resto eran estudiantes no acostumbrados a la vida de campo.
Su objetivo era crear una célula básica, con su respectiva logística, que le permitiera ganar en breve lapso simpatizantes entre los trabajadores golondrinas de Bolivia, los que serían cooptados para paralizar la industria azucarera mediante la quema de cosechas y otros desmanes. Poseían, vale puntualizarlo, mejor armamento que la Gendarmería Nacional de ese entonces.
Los guerrilleros fueron “detectados” por el Servicio de Informaciones de la Gendarmería Nacional -SINGN- y por dos agentes de la DIPA, que habían logrado infiltrarse, aunque no pudieron evitar un choque armado en el que cayó abatido Hermes.
Sin duda estos serían los primeros “pininos” de la lucha armada en Argentina que generaron, en 1970, movimientos guerrilleros urbanos en el territorio nacional.
Un plenario a Sangre y fuego
La provincia de Santa Fe era, en esos días aciagos –como le gustaba decir en sus discursos a Isabel Martínez Cartas de Perón-, gobernada por Aldo Tesio, de la Unión Cívica Radical del Pueblo, cuando un plenario cervecero había sido citado en el Sindicato Cervecero de Rosario, de Alberdi 369, en pleno barrio Arroyito, a las 19, aunque tras extensos cabildeos, recién empezó a las 22, cuando había, al menos 300 asistentes dispuestos a escuchar al primero de los dirigentes que, desde el escenario, debían hacer uso de la palabra: Héctor Santiago Quagliaro, secretario general de la CGT y dirigente del gremio de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) ,quién presidió el encuentro.

En segundo término, habló el tesorero de la Confederación General del Trabajo, Regional Rosario, Juan Nicolás Raschini; el que tenía como objetivo sintetizar los actos preparatorios de un plan de lucha y en tercero y cuarto lugar hablaron los dos representantes de Luz y Fuerza y del Partido Trotzkista, seguidos por Oscar González, en representación del Sindicato de la Carne, el que tenía el objetivo de referirse críticamente a la carestía de la vida, para concluir con el ejemplo cubano.
A González –respecto del último tema abordado le respondió el peronista Antonio Giardina y sus conceptos generaron un debate prolongado. Debido a esta situación se veía con claridad la identificación ideológica de los dos bandos en que se había dividido el plenario sindical.
Giardina era secretario de finanzas de la Juventud Peronista de Rosario, tenía 27 años y militaba en el gremio de la construcción.
Eran las 0.30 cuando, silenciosamente, para pasar desapercibidos por los asistentes a la reunión, un grupo de individuos se desplegó estratégicamente en el lugar y comenzó a provocar al grupo de la Juventud Peronista.
Mientras sucedía esto José Güerino Maltomini intentó golpear a Francisco Taiana, que se hallaba repartiendo volantes del MNT, no prosperando la agresión debido a que se interpuso otro integrante tacuarista.
A todo esto, ya había comenzado a hacer uso de la palabra la doctora Zulema Serrano de Borzone, en representación de la Unión de Mujeres Argentinas, dependiente del Partido Comunista, mientras miembros de la Agrupación Tacuara y algunos componentes del Partido Comunista, ubicados en la parte delantera del salón arrojaron volantes, identificados con la Cruz de Malta, en los que se apoyaba la Revolución Nacional Sindicalista, que llevaba la firma del Movimiento Nacional Tacuara.
Víctor Oscar Militello, del Movimiento de la Juventud Peronista –Movimiento Nacional de los Trabajadores MJP-, tesorero de los madereros, de sólo 26 años, tuvo a su cargo la prosecución del acto y atacó el discurso del MUCS, al que acusó de colaboracionista del gobierno reaccionario y de sabotear el plan de lucha, para obtener a cambio concesiones sindicales.
Un grupo de asistentes intentó retirarse del plenario en el preciso instante en que se anunciaba la palabra del representante de la Juventud Nacionalista Universitaria, identificado con el movimiento Tacuara.
Comienza el tiroteo
Y allí se desencadenó, entre gritos, una descarga de armas de fuego, generada por un grupo de individuos, mientras otro, ubicado en la parte posterior y a la derecha del salón, comenzó a disparar contra la concurrencia, fundamentalmente sobre la agrupación que representaba a los militantes del Partido Comunista.
En momentos en que hacía uso de la palabra Rubén Dunda, los atacantes ingresaron por la Avenida Alberdi tirando con una ametralladora y Quagliaro se arrojó a un costado del, mientras un compañero sindicalista, de apellido Ramini le gritaba: “Tirate colorado, que son balas”. [1]
Al cesar los disparos, la gente empezó a escapar desesperada por detrás del escenario, donde había una puerta que daba a una diagonal. En su huida del lugar Quagliaro se cruzó en el camino con un Militello ensangrentado, instantes antes de que muriera baleado.
Horas más tarde, el jefe de Coordinación Policial, comisario Victoriano Casas, dio a conocer un comunicado en el que señalaba que “tras conocerse gritos que decían ni yanquis, ni rojos, argentinos, los presentes se dividieron en dos grupos antagónicos”.
Casas apuntó en su versión que “Esta situación se agravó al dispersarse un grupo de ellos –los referidos antagónicos- hacia la salida del local, escuchándose seguidamente disparos de armas de fuego, a la vez que se esparcían por el local volante con la leyenda Tacuara”.
La muerte de Militello
Más de cien disparos fueron la resultante del tiroteo y fue por ello que Militello optó por esconderse herido, tras de una mesa, mientras José Güerino Maltomini –domiciliado en Capitán Bemúdez y militante del Sindicato de la Industria Papelera- le efectuó un balazo entre ceja y ceja y otro en el pecho, cayendo exánime a pocos pasos de donde había hecho uso de la palabra como último orador.
Vale apuntar que, momentos previos a los primeros disparos, teniendo en cuenta la presencia mayoritaria en el plenario de los militantes de izquierda, los miembros del MNT y la JP habían acordado que se pondrían de pie para cantar las estrofas de la Marcha Peronista, tras lo cual se retirarían del lugar. El primer intento falló por falta de coordinación y la gente de Tacuara volvió a intentarlo, generalizándose el tiroteo.
Maltomini, desconocido para los peronistas rosarinos, fue quien también ejecutó a Eduardo Ángel Bernardino Bertoglio, el que, desesperado, tras agotar las municiones de su arma, no pudo evitar que lo sujetara el hijo de Carlos César Granollers. Bertoglio cayó abatido a pocos metros de la entrada del salón con cuatro balazos en el pecho.
Los dos cuerpos, ensangrentados, tirados en el piso del salón, recibieron impactos con un tablón y los puntapiés que les daban militantes del Partido Comunista.
Antonio Giardina, en medio de un desorden total y de los disparos, logró esquivar el tumulto para refugiarse en el sanitario lindante al salón y allí arrojó su arma con la carga completa. Cerca del baño fue ejecutado por militantes del PC, encargados del transporte del armamento al lugar, donde las distribuyeron.
La “Lucana”, como llamaban los mafiosos a la policía, logró detener por sospechar su participación en los homicidios, a Myriam Norma Paino y Ana María Ingalinella.
Al lugar del tiroteo, habían sido enviados para hacer inteligencia el cabo 1º Rafael Auditis Stamatti y Raúl Haroldo Guzmán Alfaro, así como el oficial José Monsalvo, resultandos heridos los dos primeros en las piernas, quedando inmovilizados.
Debido a esto, luego la policía se vio forzada a explicar la presencia de los efectivos vestidos de civil y como ocurre casi siempre, lo hicieron con discordancias, ya que el Ministerio del Interior desmintió a las autoridades policiales locales, las que pretendieron hacer pasar a los policías heridos como que estaban en un servicio de vigilancia para prevenir alteraciones del orden.
A todo esto, en San Lorenzo 1242 de Rosario, se había realizado horas antes de la reunión un encuentro de militantes –Bertoglio, Forte y Rosales- en el que se distribuyeron portafolios con volantes de Tacuara y de la CGT, a lo que se habían agregado 13 armas de diversos calibres, provistas por el secretario adjunto del Sindicato de la Sanidad, las que luego de utilizarse, debían ser reintegradas a un individuo que las esperaría en la esquina de Salta y Francia.
Crónicas de las muertes
El periodismo describió en sus crónicas el lugar donde sucedió el tiroteo, como un salón bañado de manchas de sangre, al igual que los bancos y hasta hizo mención a la posibilidad de que se hubieran utilizado metralletas y armas automáticas de alto calibre.

Titulaba la 5ta. Edición de Crónica –que se vendió como pan caliente-, su resumen de los hechos: “Atacan la C.G.T de Rosario: 3 muertos” y en el interior del diario se dedicaba una página entera al relato de los hechos bajo el título: “Criminal Provocación en Rosario: 3 muertos y 6 heridos”. “Fue atacado a balazos el plenario de la C.G.T”, agregándose en la bajada: “Hubo una batalla campal esta madrugada”.[2]
Las redacciones de los diarios de la época tenían “in pectore” una sola versión: el asesinato de los dirigentes había sido organizado por los aludidos Comandos Civiles Revolucionarios, quienes reeditaban su alianza táctica para desalojar a los gremialistas de las estructuras sindicales, como lo venían intentando desde 1955.
El titular de la Jefatura de Policía, doctor Raúl Víctor Ferreyra, pretendió desvincularse de las responsabilidades por la presencia de un policía santafesino, -en razón de que estaba realizando tareas de inteligencia en el lugar-, quien seguramente advirtió el camión de recolección de residuos que fue utilizado por los militantes comunistas para escapar del lugar, los que se dieron el lujo de esperar a que José Güerino Maltomini examinara a los caídos con un revólver en la mano.
Quagliaro fue interrogado por el propio Ferreyra, quien preveía actos de violencia que se confirmarían con el homicidio de Keohe en la esquina de Córdoba y Moreno, a metros de la sede de la C.G.T. y con el homicidio de Raúl Alterman, mentor del grupo Tacuara, al que los homicidas lo llamaron por el timbre de su departamento y al asomarse éste por la mirilla, con una pistola 45 le volaron los sesos, crimen que se le imputó a “El tío Galarza”.
Forte se salvó milagrosamente
Roberto Forte, otro de los asistentes al acto, sintió un golpe en el centro del pecho sin orificio de salida, tras los primeros disparos. Los médicos del hospital donde lo habían llevado no le encontraban la bala, la que resultó ser de calibre 7.65 milímetros y que le había perforado el pulmón, tras lo cual le rozó el corazón.
Otro balazo le impactó el bolsillo de la camisa. Forte, en este caso, tenía panfletos que le desviaron la bala que se dirigía al corazón.
Otros heridos resultaron ser el sindicalista Francisco Eduardo Guarnieri, de 57 años, al que le atravesó una bala la pierna derecha y el albañil Pedro Alberto Modolo, de 35 años, al que lo impactaron en un tobillo.
Sumario, detenidos, plenario y paro
El juez de Instrucción Nº 3, Luis José Ramunno, por la Secretaría del escribano Adolfo Parmentier, ordenó un sumario y dispuso allanamientos y la detención de Miguel Ángel Rosales del MNT y de Maltomini.
A las 20 del día de los graves episodios, en la Confederación General del Trabajo se realizó un plenario y se decidió un paro para el 26 de febrero (1964), de 12 a 24, así como una concentración en Córdoba 2061, desde donde partirían los cortejos fúnebres de los sindicalistas asesinados.
El día del paro, La Capital publicó dos páginas y la C.G.T. acusó de los homicidios, como era de esperar, a los Comandos Civiles, mientras el Ministerio del Interior hizo hincapié en las divisiones internas antes aludidas.
Es más, cuatro días antes del ataque fraticida, un autotitulado Movimiento Cívico Revolucionario tomaba posición política y señalaba en un comunicado: “Ante el plan de lucha de la C.G.T., declaramos que bajo ningún concepto y menos con el disfraz de movimiento obrero, toleraremos cualquier intento de retorno (de Juan Domingo Perón), pues nos hallará como en 1955, dispuestos a jugarnos el todo por el todo”.
El comando Rosario, del Movimiento Nacional de los Trabajadores retransmitió a sus seguidores la necesidad de que “los zurdos no copen el plenario”.
Por su parte, el Movimiento Nacional Tacuara decía en un comunicado que: ”Tacuara sabrá imponer su propia justicia para vergüenza y escarnio de la oligarquía liberal y sus mucamos rojos”.
Los episodios de violencia política decidieron al gobernador de Santa Fe Aldo Tessio poner a cargo de la policía a un nuevo funcionario: el doctor Mario A. Figueiras, quien recibió la nominación del cargo por parte del ministro de Gobierno, Justicia y culto, doctor Héctor Prémoli.
Como era de esperar, en la ceremonia se le reconocieron sobrados méritos al nuevo funcionario que reemplazaba al jefe interino Héctor Giaggini. De Figueiras este periodista sólo pudo saber que en el período que le tocó comandar a la policía rosarina, se desempeñó como un prestigioso profesional.
Se viene la noche
En junio de 1966 los elementos políticos retrógrados, no comprometidos con la Iglesia, dieron su calurosa bienvenida al golpe militar del general Juan Carlos Onganía, según los informes interesados de la Central de Inteligencia (CIA) norteamericana.
En ese sentido, los datos destacaban las figuras del entonces arzobispo de Buenos Aires, Antonio Caggiano y Nicolás Fasolino.
Paralelamente, los espías yanquis alertaban sobre la creciente militancia política o cercanía de algunos curas de base con los movimientos obreros y estudiantiles.

El Movimiento de los Curas del Tercer Mundo, donde confluían los teólogos de la Teoría de la Liberación de la región, era identificado por la central de inteligencia yanqui como un grupo radical, es decir que estaba a favor del uso de la violencia para alcanzar cambios sociales, económicos y políticos.
En el marco de estos hechos, de trascendencia nacional, el gobernador de la provincia de Santa Fe, contraalmirante Eladio Vázquez designó al comandante mayor ® Abel H. Verdaguer, mediante el decreto del 5 de agosto de 1966 y a este último lo puso en funciones el ministro de Gobierno, Justicia y Culto, doctor J. Amuchástegui Keen. Al acto referido concurrió el jefe de Policía de la provincia, capitán de navío ® Ricardo Eletta.
El nuevo funcionario pertenecía a la Gendarmería Nacional Argentina, una fuerza de seguridad con características militares, dependiente en ese entonces del Ministerio del Interior de la Nación, que tenía como función la de policía de seguridad y judicial, a la vez que se desempeñaba como policía de prevención y represión de infracciones a leyes y decretos especiales.
Su objetivo histórico fue, al momento de su creación, el de salvaguardar las fronteras nacionales, participar en misiones de paz, servir en acciones humanitarias y controlar zonas de conflicto. Luego, ante necesidades políticas “non sanctas” se desvirtuó su accionar y su área de inteligencia comenzó a “mirar hacia dentro del país” y a servir a las fuerzas armadas en tareas “sucias”, cumpliendo objetivos para los cuales no había sido preparada.
No podemos dejar de mencionar que también, en ese esquema de cosas, la inteligencia de los gendarmes fue llamada a intervenir en temas tales como migraciones internas clandestinas, contrabando, antiterrorismo, narcotráfico, narcoterrorismo, infracciones interjurisdiccionales del transporte de cargas y pasajeros, problemas de medio ambiente, alteración del orden público y evasión fiscal, todos observados desde su centro neurálgico de Buenos Aires, esto es el Edificio Centinela, localizado en el barrio de Retiro.
Verdaguer, mostrando su decisión de no perder tiempo para actuar en su cargo, inmediatamente después de concluida la ceremonia, se reunión con la Plana Mayor de la institución policial, a la que se dio expresas directivas.
Verdaguer se retiró el 26 de agosto de 1968, dos años y seis días después de que asumiera.
[1] Quagliaro. La vida de un rosarino en la historia del movimiento obrero. Hugo Alberto Ojeda. Pág. 80
[2] La primera versión se publicó en La Tribuna el 25/02 (1964).
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Foto: Toma masiva de establecimientos fabriles (Archivo General de la Nación)
Viene de acá: Yo justifiqué el fusilamiento de Valle
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