El exterminador de bandoleros – Por Ricardo Marconi

📜 El rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

El exterminador de bandoleros

 

Desde el 29 de marzo de 1868 y hasta el 3 de junio de 1871, se hicieron cargo del gobierno de Rosario Aarón Castellanos, Pascual Rosas y Jacinto Corvalán.
El turno siguiente era de Servando Bayo, un destacado político, nacido en la por entonces Villa del Rosario, el 27 de octubre de 1822. Hijo de Marcelino Bayo y Petrona Alcacer. Casado con Mustiola Mata tuvo un hijo: Rómulo.

Robusto, de estatura elevada, rostro sereno y carente de estudios, supo suplir esta última deficiencia con sentido común, honestidad, rectitud y afabilidad.
Presentado en sociedad formalmente, sólo resta remarcar, en el inicio de esta porción de la historia, que Bayo se inició en las luchas internas contra Rosas y como un simple soldado, siendo expuesto a ser carne de cañón de quienes no se detenían en mandar al frente a los jóvenes para ser víctimas innecesarias de la lucha fratricida.

El 3 de junio 1871 asumió como Jefe Político, cargo que volvió a repetir desde enero de 1879 a enero de 1881. En la primera gestión extirpó con energía las bandas de bandoleros y detuvo a varios de los homicidas de la época. En pocos meses, más de 300 individuos, -varios de ellos vagabundos-, que asolaban la zona rural fueron derivados al presidio de Martín García.
Con motivo de las primeras elecciones de concejales en Rosario, Bayo, al tener que cumplir con la función de Jefe Político, debió desempeñarse como autoridad del comicio, oportunidad en la tuvo que compartir la responsabilidad de garantizar el orden y la seguridad con el brigadier general de la Nación, Benjamín Virasoro.

Fue Bayo el que dispuso, días antes de la elección, emitir un comunicado, a través del cual se prohibía actuar en el mismo a empleados asalariados, así como cabalgar en la zona –en un perímetro menor a seis cuadras de la plaza principal- con la sola excepción de policías, telegrafistas, médicos y abastecedores y, además, prohibió la venta de bebidas alcohólicas y el tránsito de personas armadas, desde la víspera de la elección hasta el toque de oraciones del día siguiente.

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Dos años más tarde, -el 18 de noviembre de 1873-, en la gestión municipal de Eudoro Carrasco, el político que nos ocupa fue protagonista de un episodio impensado de nuestra historia, que tuvo como figura principal a Domingo Faustino Sarmiento.
Juan Álvarez, -en su Historia de Rosario- señaló que, pasando el referido prócer, -por ese tiempo como presidente de los argentinos-, rumbo a Paraná, con motivo de la rebelión generada en la provincia de Entre Ríos, desembarcó en Rosario, ciudad a la que había llegado a bordo del buque Emilia, e hizo ordenar lo propio con dos ametralladoras nuevas, tras lo cual dispuso que las emplazaran frente a muros en construcción y ordenó a los soldados que lo acompañaban, hacer fuego contra las empalizadas destinadas a un instituto educativo, ante el asombro de los presentes.  ​
En el interior del buque a vapor, también eran trasladadas seis piezas de artillería, 1.500 rifles Rémington, mil soldados de línea, municiones y ametralladoras Krupp -las primeras llegadas al país-, ya que Sarmiento pretendía intervenir personalmente en las operaciones militares contra el caudillo Ricardo López Jordán.

El viaje no oficial de Sarmiento, obviamente prescindió de la autorización del Congreso Nacional y fue recibido discretamente por Servando Bayo en su carácter de Jefe Político, quien se hallaba junto al juez nacional Fenelón Subiría, efectivos del Batallón 3º de Línea y el Batallón de Gendarmes, ambos en formación.

Sarmiento, Bayo y algunos pocos funcionarios de menor nivel se dirigieron luego al Hotel Argentino, donde el primero se reunió con el general Ivanowsky, a quien había mandado a llamar días antes desde Mendoza y cuya tropa debía alistarse para el enfrentamiento con López Jordán. Sobre el mediodía el presidente y su veintena de invitados, participaron de un pantagruélico almuerzo.
Poco antes de la comida, -como señalamos- Sarmiento había dispuesto el desembarco de las ametralladoras y de sus artilleros para hacer una demostración, criticada por el Diario La Capital, enrolado en la primera línea de la oposición al presidente.

Sarmiento pidió al Jefe Político que buscara una «muralla larga, con frente despejado, sin casas, ni gente atrás, que necesito».

(…) se convino en que el edificio en construcción del colegio, por su ubicación alejada de la ciudad y en la vecindad de una barranca, era el más adecuado para la experiencia de probar nuevas armas. Sarmiento afirmó que «cuando los insurrectos se enteren de los efectos de estas armas, se terminó la revolución».

Sarmiento personalmente, también se encargó de disparar las armas, buscando demostrar que no quedaría soldado vivo alguno del batallón que tuviera la desgracia de ponerse por delante.
«Tal vez se sugirió el Colegio Nacional para esa experiencia porque era el único edificio fiscal, y en construcción», opinó por ese entonces el periodista Virgilio Albanese.

A las 5 de la tarde del 18 de noviembre, Sarmiento volvió con presteza a La Emilia y siguió viaje.

Al tiempo, se dirigió al jefe de Policía para pedir que «tuviera la bondad de ordenar que se compongan las paredes hasta dejarlas en perfecto estado y que se pase la cuota de gastos que su compostura».[1]

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El 7 de abril de 1874, siete días antes que dejara de tener a su cargo la ciudad de Rosario Eudoro Carrasco, Servando Bayo fue designado gobernador hasta el mismo día y mes de 1878.
Fue, en 1874, el fundador del Banco de Santa Fe, más tarde denominado Banco Provincial de Santa Fe y por ese año, además, promulgó la Ley de Colonización, a la vez que erigió más de 60 escuelas y concluyó con el edificio del Cabildo.

Es necesario aquí mencionar que el 29 de abril de 1874, había estallado la revolución contra las instituciones nacionales y al avanzar el conflicto institucional, decide trasladar su despacho a la ciudad de Rosario, dónde en el barrio Arroyito entrenó tropas reclutadas en la provincia, con las que asistió militarmente al coronel Roca, quien se hallaba sitiado en Río Cuarto, transformándose este último, de perseguido en perseguidor.

Finalmente, la victoria de Santa Rosa cubrió de gloria a las tropas santafesinas y se restableció el orden institucional, merced a la oportuno y decidido accionar de Bayo.
Tomó parte de acciones de guerra contra Juan Manuel de Rosas y en la campaña de Cepeda, con el rango de capitán, siendo nombrado ayudante del general Fontes, a quien le salvó la vida, con el riesgo de la propia, bajo el fuego de las fuerzas enemigas, cuando al general una andanada de metralla destrozó su caballo. Urquiza, por su hazaña lo premió otorgándole un grado más.

Y eso no fue todo. Cuando se procedió al análisis meticuloso de los gastos ocasionados por la revolución de 1874, Nicolás Avellaneda observó que la provincia de Santa Fe –la que más había cooperado con el gobierno- era la que menos costos habían insumido y Bayo fue felicitado por ello. Le había mandado efectivos de las tres armas a Avellaneda, tras la formación de batallones y, como si eso fuera poco, organizó la Guardia Nacional.

En febrero de 1875, cuándo la ciudad era conducida por el coronel Fermín Rodríguez, inauguró el colegio Nacional de Rosario y tres años más tarde fue nombrado inspector general de Armas de la provincia y nuevamente Jefe Político de Rosario, aunque en esa oportunidad de manera interina desde el 30 de enero de 1879, siendo su secretario general Gabriel Carrasco. [2]

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En su segundo mandato de Jefe Político, Bayo pudo atisbar los inicios de un nuevo movimiento social en el nuevo mundo, que con el correr de los años se tornaría más que relevante para la ciudad, esto es el anarquismo, que alude a la ausencia de Estado y gobierno. Buscaba terminar con la opresión del hombre como lobo del hombre y su reemplazo por la constitución de comunidades, de cooperación entre hombres libres

El génesis y el posterior desarrollo de dicho movimiento contestatario, se inscribió en el interior del desarrollo capitalista agro-exportador, viéndose ello con claridad desde mediados del siglo pasado y que se aceleró a partir de 1880.

Para el autor, el desenvolvimiento del anarquismo, posibilitó un crecimiento de la Pampa Húmeda, dónde se constituirían las bases de los capitales y de la mano de obra que proveerían los inmigrantes europeos, a los que se les agregó el sostenido trasvasamiento migratorio interno de nuestro país desde el resto del Estado argentino hacia la aludida zona pampeana.

Aunque volveremos al análisis del anarquismo, dedicaremos unos párrafos introductorios señalando que numerosos grupos urbanos surgirán y se expandirán en el interior de la provincia de Santa Fe. Allí se asentarían inmigrantes que no puedieron encontrar cabida en la zona rural de Rosario.
Se recuerda como luchadores del anarquismo en Rosario a Virginia Bolten, Luisa Lallana y Joaquín Penina.

En 1890 Bolten encabezó la primera manifestación popular para recordar a los mártires del 1º de mayo y seis años más tarde editó «La Voz de la Mujer», primer periódico realizado por mujeres y destinado a las mujeres.
La publicación era sostenida por su trabajo como obrera de la industria del calzado. En 1901 fue detenida por distribuir propaganda anarquista y a los tres años de ocurrida esa situación se muda a Buenos Aires, donde formó parte de un comité de huelga femenino.

En 1907 formó parte del Centro Anarquista Femenino y fue detenida nuevamente, en este caso por participar en la huelga de inquilinos, oportunidad en la que le aplicaron la Ley de Residencia, ya que se hacía pasar por ciudadana uruguaya. Falleció en 1960.

Luisa Lallana, otra de las militantes anarquistas que se destacó fue una obrera portuaria asesinada por la Liga Patriótica Argentina, mientras realizaba una volanteada en el puerto, en el transcurso de una huelga de estibadores.
Lallana y sus seguidoras hacían hincapié en el ataque a la prostitución e incluso al matrimonio, a los que veían como «creaciones de la sociedad para oprimir a la mujer».

Así nacerán como hongos en la selva, talleres, pequeñas industrias y  fábricas, pasando Rosario a transformarse de  una minúscula villa a la segunda ciudad argentina que rivalizará con Buenos Aires en lo concerniente a la actividad económica  y como un nuevo polo de atracción migratoria, siendo  uno de los pilares motivadores de esa circunstancia el puerto y dos ferrocarriles  que convergían hacia la ciudad, trayendo la producción  de cereales y en menor medida la  de ganado, de la que ya se estaba conociendo como «pampa gringa».

Nacían de manera concomitante al crecimiento de la economía y de la población, las primeras organizaciones obreras –mutuales y sociedades- a partir de las cuales los obreros canalizaban sus demandas sociales y salariales.

También surgen las primeras actividades anarquistas y socialistas. Suben a superficie las corrientes ideológicas predominantes hacia fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, dentro del movimiento obrero argentino, a las que se unió el movimiento sindical revolucionario –desde 1905- luego trocado simplemente en sindicalismo.

Rosario, así, no sólo será la segunda concentración obrera del país, sino, también, la ciudad donde los conflictos de su sociedad alcanzarían una magnitud similar o superior a la de Buenos Aires, estando, seguramente, relacionado esto con las condiciones de vida durísimas que debían soportar los trabajadores de Rosario y que en la capital no se hacían tan palpables.

Al principio de siglo, a Rosario se la denominaba la «Barcelona del Río de la Plata«, debido a su gran concentración obrera y al predicamento de su acratismo.[3]
La popularidad que alcanzó el anarquismo en Rosario, era sólo comparable a lograda en Barcelona, ciudad definida como La Meca del anarquismo argentino.
Las actividades anarquistas en Rosario se profundizaron en 1890, con la aparición de El Errante, un grupo de propaganda anarquista.

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La revolución de 1880 lo sorprendió a Servando Bayo en su puesto. Entonces dispuso de inmediato medidas de corte militar y logró la toma de San Nicolás, ocupada por las tropas rebeldes de Santa Fe.
En pleno tránsito de 1880, Bayo, a pedido de las autoridades locales concedió la utilización de presos como mano de obra para trabajos públicos, pero en el mes de julio de ese año desiste del ofrecimiento.

Tomó parte en todos los sucesos que dieron como resultado la elección presidencial del general Roca y fue elegido senador nacional por Santa Fe. Una vez más, ocupando un cargo público, lo tuvo como protagonista de un episodio histórico. En este caso definitivo. Siendo senador nacional lo vence la muerte el 18 de mayo de 1884, siendo sus restos mortales depositados en el Convento de San Carlos.

 

[1] Revista Vasto Mundo. Osvaldo Aguirre. Pág. 30/31. Editada por la Municipalidad de Rosario

[2] Dos años antes –1877- tuvo lugar el censo de Santa Fe, bajo la gobernación del doctor José Gálvez. Dicho empadronamiento poblacional fue realizado por 995 personas y para su concreción se llenaron 197 tomos, en los que se indica que había por ese entonces 220.332 habitantes. En el año 1858 había 41.261 habitantes y en 1869, 89.117. El censo se encuentra en el Museo Municipal de Rosario.

[3] Ácrata: (del griego: a, privado y kratos: autoridad). Partidario de la supresión de toda autoridad.

 

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Imagen: latinta.com.ar

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Continúa aquí: Eudoro Carrasco, uno de los primeros usureros y panqueques políticos

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