📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Testimonios desde el averno
Para marcar con la significación que se merece lo ocurrido en los dos villazos[1], por los conflictos laborales de las empresas metalúrgicas Acindar, Marathón y Metcon y su hinterland, es oportuno, en primera instancia, hacer referencia a un trabajo llevado adelante por Vera Carnovale, quien avanzó en el relevamiento del que damos cuenta a continuación.
“El análisis de secuestros, llevados a cabo por organizaciones armadas, da cuenta de un total de 65 personas retenidas contra su voluntad entre 1970 y 1977. De ese total, 48 corresponden a empresarios; 7 a miembros de las fuerzas armadas y de seguridad y 10 a otras categorías, esto es: 1 médico sanitarista, 1 periodista y 1 dirigente gremial, junto a 1 persona cuya condición social no fue identificada[2].

Hubo marcadas diferencias entre los secuestros extorsivos y aquellos que terminaron como ejecuciones selectivas. Los primeros representaron 1/5 de las ejecuciones, siendo considerados blancos privilegiados [3].
En cuando a las autorías, la organización más activa –según Vera Carnovale-, fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores/Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).
Regresando a la cuestión del secuestro de Erich Breuss, dado cuenta en la anterior columna[4] vale apuntar que en el marco de las causales, estaban los pedidos de aumentos de salarios y la normalización sindical y la justificación del hecho delictivo se descripción como “un medio para garantizar la limpieza y la realización de los comicios del gremio” y “para exigir el cese de una vieja práctica que padecía el movimiento obrero” y que en lo sucesivo no haría más que recrudecerse.[5]
De regreso a la cuestión Breuss, vale detallar que los guerrilleros lo interceptaron en la ruta, junto a su custodio. Estaban vestidos de policías y le dijeron que estaban haciendo un operativo de “pinzas” en la ruta por donde circulaba el auto Torino.
Uno de los falsos policías convenció al gerente general de Acindar y a su custodio que los acompañasen en otro vehículo a la seccional, ya que tenían la información de que, más adelante en la ruta, un grupo guerrillero los iban a interceptar para secuestrarlo[6]. Así, confiados, terminaron Breuss y su custodio, en manos de la guerrilla.
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Paralelamente, en el otro lado del juego de fuerzas estaban los grupos parapoliciales, razón por la cual, en los meses anteriores a marzo de 1975, los trabajadores de la acería de Villa Constitución y sus dirigentes habían sido objeto de presiones patronales.
En los roperitos de los operarios aparecían volantes intimidatorios anónimos que les presagiaban la muerte. También había pintadas en el frente y en el contra frente del cementerio local. Las advertencias, pintadas en aerosol anunciaban puntualmente: “Muy pronto estarán aquí”.
Gendarmería Nacional controlaba los colectivos de las empresas que hacían el recorrido interurbano desde San Nicolás a Rosario y viceversa para detectar personas que sirvieran de “correo” entre sindicalistas.
Vecinos de Rosario, que trabajaban como contratistas de Acindar, recibían mensajes de los familiares de los empleados encerrados en la planta por los sindicalistas y se los entregaban, junto con ropa limpia, elementos de aseo personal y alimentos envasados a los “retenidos contra su voluntad”.
El periodista Raúl Hernán Sala, en un canal rosarino, diariamente, brindaba un informe sobre la situación y contaba lo que había sucedido el día anterior y hasta el horario de comienzo del programa que conducía. Luego hacía referencia a lo que probablemente iba a ocurrir en las siguientes 24 horas.
A la planta metalúrgica, a mitad de cada mañana, ingresaban camionetas cargadas de alimentos –carne preferentemente-, y pasado el mediodía se descargaban y se asaban en los quinchos, donde los obreros se alimentaban en un clima de suma tensión, ya que se corría la voz que el ejército y la policía iban a ingresar por la fuerza.
Los obreros, mientras comían y los empleados administrativos, desde la contaduría, escuchaban arengas políticas en medio de una nube de humo, proveniente de los quinchos, con olor a carne, chorizos y morcillas, Obviamente se hablaba mucho de la “guerra política” que había sido cambiada por la “guerra ideológica” con la que se justificaba el accionar de esos días.
La voz de las víctimas
Con la simpatía que siempre fue el fuerte de su personalidad, Néstor Queirolo, hiperquinético y con expresión verbal acelerada recordó las delicadas horas vividas dentro de la metalúrgica Acindar, ocupada por Alberto Piccinini y Cía.
En el emblemático bar “El Cairo” nos rodearon de inmediato los fantasmas del “sordo” y siempre mal entrazado y transpirado Alberto Semino, jefe de la Sección Proveedores de Acindar y correveidile de Roberto Quintanilla, el clásico jefe fanfarrón de saco y corbata, que tenía a su cargo toda el área de Contaduría y que rendía pleitesía al contador Villar “el capo general”, que recibía órdenes directas de Buenos Aires.
También se acordó Queirolo del viejo Eduardo Feugeas, alto, altísimo, canoso, con el cigarrillo permanente entre sus dedos amarronados por la nicotina y sus cristales de culo de botella en sus anteojos. También se hizo presente en sus recuerdos el “viejo” Peri, que estaba a cargo del archivo. Un gordo simpático y entrador al que no se le escapaba ningún chisme de la empresa. Lo que desconocía Peri era porque no había ocurrido.
Había empleados jóvenes como Mario Antelo, pariente del destacado político demócrata progresista; Daniel Zaeta, -un petiso siempre bien peinado para atrás –quien dormía a la noche con una media de mujer en la cabeza para acostumbrar el cabello -a la romana”-, y sacando pecho, como todos los petisos; el morocho y gordo Pazos-que tenía explicación para todo-, el gigante Kristesevich, subjefe de Costos; las hermanas Marta y Norma, la primera una morocha con muy buen lomo y la restante flaca y rápida para discutir con los chatarreros que buscaban sacar siempre una ventaja con el kilaje de la chatarra.
Debería agregar a ellos una sarta de vagos geniales encabezados por “El loco” Prieto y Daniel Ezpeleta, empleados –como en toda empresa de esa envergadura- dispuestos a todo por sacar ventajas, en este caso, de los proveedores de Acindar, proclives a “colaborar” con el engrandecimiento patrimonial de los empleados de la empresa, siempre y cuando le adquirieran sus productos.

En mi breve paso por Acindar –estuve en la empresa como empleado de contaduría-, me fui saturado todos los días, tras escuchar como fulano se había hecho colocar los pisos en su casa o mengano había logrado que le construyeran el quincho de fin de semana, o zutano, que había convencido a un proveedor que le llevara materiales a su departamento para hacer “unos pequeños arreglos”.
Apenas pude me fui a trabajar a un diario, aunque no sin antes sacarme el gusto de putearlo a Semino, que nos tenía los testículos hinchados a todos con sus lamentos y las bajadas de líneas de los jefes. Era Semino, según acordaban todos los empleados viejos de la contaduría “el campeón de los ortivas”. Me dijeron que con el tiempo terminó sus días un poco desquiciado con el pucho colgado de los labios.
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Queirolo recordó mientras se quemaba la lengua con la “lágrima” caliente de El Cairo, que “volvía de Villa Constitución a Rosario al caer la tarde, en el colectivo de Tirsa cuando se enteró de la muerte del general Sánchez.
“No pude llegar a Rosario – agregó apesadumbrado-. En la ruta nos paró Gendarmería y nos hicieron volver a la fábrica a los empleados y a la ciudad origen del viaje a los restantes pasajeros”.
“Recuerdo que en la contaduría de la empresa dormimos varias noches en el piso y algunos de los empleados agotados por el calor, se metían en las oficinas de los jefes y se tapaban con papeles para que no se los comieran los mosquitos.
Algunos, mientras dormían, giraban en el escritorio pensando que estaban en sus camas y se estrellaban contra el piso. A medida que pasaban los días la tensión aumentaba y en las noches estaba el temor latente de que entrara la Federal a ocupar la planta. Felizmente, para ellos mismos, los uniformados no se animaron”. Hubieran terminado en los hornos, junto a las palanquillas al rojo vivo”, rememoró Queirolo.
Pero usted, no tiene esta columna periodística en sus manos para leer los recuerdos laborales de un ex empleado de Acindar. Por eso es mejor que volvamos al conflicto central.
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La empresa estaba tomada y los empleados administrativos eran rehenes de los obreros. Piquetes de operarios, armados con palos, hierros y manoplas, recorrían las 24 horas el perímetro del predio para que el “pirinchaje” no se escapara. A varios los atraparon, en horas de la madrugada, cuando intentaban llegar arrastrándose, como reclutas, hacia la ruta y cobraron de lo lindo. En la primera noche, uno de los empleados del área de Proveedores de la contaduría, montado en una escoba y rodeado de papel higiénico, recorría el área anunciando que “se había iniciado la gran cagada”.
Con la cúpula administrativa el sindicato no tenía problemas de vigilancia, ya que estaba, como señalamos, toda encerrada en el área de División Personal, donde junto a los jefes de Relaciones Institucionales Aznares y Pellegrini considerados por todo el personal de la empresa como dos h…de p…, se hallaba instalado el perímetro de tanques de combustible de 200 litros listos para explotar. Si entraba la Policía Federal al predio los tanques serían volados.
En los canales 3 y 5, se transmitían día a día los sucesos de Acindar y los familiares de los empleados retenidos se engullían atemorizados y amargados los comentarios periodísticos.
Paralelamente, esos mismos familiares utilizaban a los proveedores de Acindar como correos y entregadores de cajas con alimentos, que les pasaban a los enclaustrados a través de un vallado de alambre. Luego, estos últimos, volvían a Rosario a contarles como estaban los seres queridos, privados de su libertad en la planta de aceros.
Con el paso de los días, la tensión externa e interna seguía empeorando. Las mujeres, desde el primer momento en que se definió la toma de la planta y los empleados hombres enfermos -en un segundo grupo-, fueron autorizados por la cúpula sindical a que regresaran a sus casas y no volvieran. Intuyo que Piccinini y sus compañeros de lucha tuvieron miedo que se les muriera un empleado de un infarto en la planta.
Los empleados con menos prerrogativas, cuando caía la tarde, si querían, se duchaban en donde lo hacían los operarios diariamente, cuando terminaban un turno, aunque siempre vigilados de cerca por sindicalistas y militantes políticos armados con palos para evitar fugas.
La cúpula gremial, ante la presión de los retenidos, optaron por permitir, como indicamos, una salida por turno de ocho horas. Si los que se iban no regresaban, el resto – en igual número a los “fugados”- no salía.
Un terrorífico festín
El embrión de la Gendarmería Nacional comenzó a ser una realidad en 1877. Nicolás Avellaneda había propuesto la puesta en funcionamiento de la nueva fuerza y lo propio hizo luego Julio Argentino Roca (hijo) en 1911, cuando presentó su propuesta a la Cámara de Diputados de la Nación, en su calidad de diputado por la provincia de Córdoba.
Proyectos de similares características fueron elaborados por el diputado conservador por Salta, general José F. Uriburu –1913- y en presidente Hipólito Irigoyen, en 1921. Un episodio, a primera vista inconexo, terminaría relacionando a Avellaneda, Roca (hijo), Juan domingo Perón, el presidente provisional Pedro Eugenio Aramburu y el “carnicero verde Agustín Feced” con Gendarmería Nacional.
El 28 de enero de 1936 Perón abandonaba como profesor las clases de historia militar que dictaba en la Escuela Superior de Guerra para hacerse cargo, como agregado militar, de la embajada argentina en Santiago de Chile, donde tenía un objetivo a cumplir por orden de sus superiores: establecer los primeros contactos con el espionaje alemán en Sudamérica y liderar las actividades de inteligencia argentina en el país trasandino.
Perón había estado cumpliendo tareas “paralelas” a la docencia como asistente del ministro de Guerra, general Manuel Rodríguez, quien antes de dejarlo marchar tras la cordillera, le encargó una conferencia sobre “La Patagonia, pasado, presente y porvenir”, dónde el futuro presidente de Argentina trazó un panorama alarmante sobre la vulnerabilidad fronteriza en el sector argentino.
Con su trabajo, Perón puso incómodo al ministro del Interior Lepoldo Melo, generando dicha circunstancia el necesario impulso creador de una nueva institución: la Gendarmería Nacional, donde llevó delante su carrera Agustín Feced, quien por su trayectoria en la época represiva en Argentina, se ganó, con creces, el mote de “El carnicero verde”.[7]
Pedro Eugenio Aramburu llegó a ser subdirector de Gendarmería Nacional apenas se estableció orgánicamente en el Estado y, obviamente, dejó tras de sí señales ideológicas que marcaron fuertemente el accionar de la institución.
Pero volviendo estrictamente a la historia de la misma, debemos acotar que terminó siendo conformada, en su nacimiento, por 150 hombres del Ejército, quienes fueron instruidos en el Regimiento Patricios, aunque los mismos dependerían de la citado Ministerio del Interior o del Ministerio de Guerra cuando se determinara la necesidad de decidir la vigencia de un estado de sitio.
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Agustín Feced, hijo del español Blas Feced, un director de escuela pública, nació en la localidad de Acebal, en la provincia de Santa fe, el 11 de junio de 1921. Estudió la escuela primaria y la secundaria en Rosario, recibiéndose de maestro en la Escuela Normal Nº 3, tras lo cual cumplió diversos trabajos en dicha ciudad, esto es, entre otros, como docente en Colonia el Ombú, de Arroyo Seco, hasta ingresar en la Gendarmería Nacional.

En este último organismo de seguridad cumplió su actividad en los escuadrones de Paranacito y Tigre, haciendo luego lo propio en el Destacamento Caminero, donde fue jefe, pasando posteriormente a revestir como efectivo de la Agrupación Talleres Fábrica, del Escuadrón Rosario, así como de la Agrupación Formosa.
Su primera actuación contra la “subversión” fue en noviembre de 1960, cuando diversos grupos de la Resistencia tomaron el Batallón “11 de Infantería”. En Rosario. Feced, al mando de 12 hombres reconquistó el lugar.
Pasó a retiro en 1969, año de su segunda aparición, en ocasión del “Rosariazo”, en septiembre de ese año, apoyando las acciones militares que comandaba el teniente coronel Leopoldo Fortunato Galtieri, encargado de un batallón de Corrientes.
En ese tiempo Feced estuvo en Rosario “combatiendo” al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y luego del homicidio de Aramburu, a Montoneros. Ese modo de vida fue su obsesión y el sello que lo marcaría ante las cúpulas de fuerzas armadas de Argentina, Paraguay y Chile.
Al ser designado Feced, por primera vez en la Unidad Regional II, en 1970, estaba casado con Martha Abal y tenía 4 hijos, 1 varón y 3 mujeres y en el mes de noviembre de ese año, junto al comandante del II Cuerpo de Ejército, Feced puso en funciones el Servicio Antisubversivo de Rosario (SAR).
Dos años más tarde, el 28 de noviembre de 1972 para ser más precisos, participó del secuestro, tortura y muerte de Ángel Brandazza, como lo reconoció el ex agente de policía Ángel Farías, posteriormente incluido en una lista de pedidos de captura que realizó el juez español Baltasar Garzón.
El propio Farías admitió ante la Comisión Bicameral de la Legislatura de Santa fe, presidida por Rubén Dunda, diputado por el justicialismo que “Feced torturaba con su propia gente y hacía trabajos por las suyas”.[8]
Desde 1974 a principios de 1976 vivió en la clandestinidad y el 11 de septiembre de 1984, ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, declaró que estuvo “escondido tres años en la provincia de Misiones, con el apoyo del Ejército, lo que le permitió mantener a su familia, facilitándole ello descubrir la cárcel del pueblo de Campana, así como una célula del ERP en Resistencia, Chaco.”[9]. A esa altura de los hechos tenía pendientes 10 condenas a muerte por los tribunales populares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ejército Revolucionario del Pueblo.[10]
Le llegaron a ofrecer el mando de la “Triple“A”, desde el seno de la administración de María Esther Martínez Cartas de Perón, pero no aceptó porque no era un cargo público, sino “subterráneo”, según la mujer que lo acompañó a Feced durante una década. Esto demuestra la existencia de un aparato de inteligencia ilegal pagado con dinero de los contribuyentes santafesinos.
El 4 de agosto de 1973 Feced asumió como jefe de Policía, en una ceremonia presidida por el titular provincial de la fuerza de seguridad, coronel ® Fernando Aníbal Guillén.
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Y en este devenir histórico, llegamos a un momento en que debemos introducirnos en un proceso dramático de nuestra existencia intergeneracional –ya que las consecuencias de los eventos por venir modificarían la vida de varias generaciones de argentinos- y que aún no tienen un punto final al momento de estar avanzada la elaboración de este trabajo, ya que se siguen produciendo episodios judiciales resultantes de los hechos de la década del 70, que tanta tinta ha gastado acerca de la Triple A, esto es la Alianza Anticomunista Argentina.
Nos referiremos, para comenzar, al 8 de octubre de 1973, momento en que el general Osinde le organiza un cumpleaños a Juan Domingo Perón. Ello conllevaría una comida en la Residencia de Gaspar Campos, a la que asistieron quinientos suboficiales de todo el país, entre ellos, como representante de Santa Fe, el padre de Jorge Castro, militante cristiano en tiempos de la iglesia de monseñor Vicente Zaspe, sobreviviente del Ejército Revolucionario del Pueblo. Saturnino “El Potrillo” Castro, padre de Jorge, se empeñó en su creencia peronista, a pesar de tener que sufrir por ello persecuciones, cárcel y ver de cerca la muerte después de la caída de Juan Domingo Perón.
En su relato de los hechos [11], Castro señala que Perón “les da un discurso con el que ejerció una presión política muy fuerte. En un momento el general les dice que los va a necesitar, que a su regreso va a precisar de suboficiales argentinos. Que él sabía que habían resistido y que después Lopecito –por López Rega- se iba a encargar de la organización de ellos”. Luego los saludó uno por uno”.
“No todos se retiraron-continuó Castro-. Quedaron finalmente alrededor de 300 suboficiales de todo el país que se reunieron en un salón apartado.
“Perón, Osinde, López Rega participaron de este segundo encuentro y les pidieron que formaran grupos y cuidaran a Isabelita de los zurdos en sus viajes. Y la cosa, tras el regreso de mi padre de la reunión, se destapa el 7 de noviembre, porque viene Isabelita a Paraná”.
“Ese día mi vieja estaba que trinaba -relata Castro-. Mi padre le había dicho que le planchara el traje, la camisa y la corbata y toda la mañana había sido de discusiones. A las tres de la tarde viene un Falcon verde con tres tipos que yo conocía, que eran del Círculo de Suboficiales del Ejército de Santa Fe y lo buscaron a mi viejo”.
“Él entró al dormitorio, se calzó la pistola y se fue, y mi vieja se quedó llorando. Luego nos agarró a nosotros y nos dijo que el viejo andaba en cosas raras y que había que pararlo. Que se iba de custodia de Isabelita a Paraná. Cuando volvió yo hablé con mi viejo y al principio él no lo quería reconocer. Ya teníamos nosotros conocimiento de que se estaban conformando grupos paramilitares, y entonces le dije que iba a estar en la vereda de enfrente. No me supo que contestar ante eso”, relató Castro.
El tiempo pasó hasta que llegó el intento de copamiento al Regimiento de Azul. “Apareció Perón por televisión y mi viejo golpeando la mesa. Nos fuimos de casa”, argumentó finalmente Jorge Castro.
A principios de 1973 Castro había ido a vivir a Chile, donde lo envió el partido por un lapso de cuatro meses y regresó justo para la asunción de un nuevo período democrático. Había sido la madre, a espaldas del padre, la que le había firmado la Patria Potestad para que pudiera viajar.
La tumba
En el cementerio de San Antonio en Formosa, en el área reservada para los miembros de la Gendarmería, hay una tumba con el nombre de Agustín Feced, y un anuncio en el periódico local La Mañana dice que fue enterrado allí el mismo día de su muerte, a las 17:30. Los registros oficiales del cementerio muestran que sólo una persona fue sepultada allí ese día, y no es Feced.
En un cuaderno viejo, que lleva un registro clandestino sí aparece el nombre de Feced, pero el horario de ingreso del féretro no condice con los horarios de atención del cementerio. Esto fue escrito por Ramón Giménez, yerno de Feced y un alto funcionario del gobierno. El ataúd se encuentra junto a otro que data de mediados de la década de 1990, a casi 3 metros de altura sobre el suelo. De acuerdo con el guardián del cementerio San Antonio, el mismo no tenía elevadores para ataúdes en ese entonces.
El caso contra los agentes de la División de Inteligencia, incluyendo a Feced y muchos de sus colaboradores, fue reabierto por el juez federal Omar Digerónimo el 9 de junio de 2004, cuando el mismo ordenó una serie de detenciones.
José Lo Fiego, Mario Marcote, y otro expolicía, José Carlos Scortechini, se entregaron casi de inmediato, pero negaron todas las acusaciones.
[1] Por la ciudad de Villa Constitución.
[2] Las Cárceles del Pueblo: Los secuestros de la Izquierda Armada Argentina (1970/1977), Vera Carnovale.
[3] Íbidem.
[4] El Villazo.
[5] Evita Montonera. Nº2. Enero-Febrero 1975. Página 41. Las elecciones tuvieron lugar el 24 y el 29/11/74. El ganador de la elección (Lista Marrón) triunfó con 2.600 votos. Vera Carnovale.
[6] Estrella Roja. Colección Documentos Históricos de Infobae Nº 29. Pág. 10.
[7] Archivos desclasificados del FBI entre 1996 y 1997, aportaron abundante material sobre los planes de Perón para provocar la rebelión nacionalista en Chile y aprovechar las circunstancias para la invasión. Algunos de estos informes involucraban textos de mensajes enviados por el ministro de Relaciones Exteriores de Chile. A partir de octubre de 1997, la revista chilena “Qué Pasa-“, publicó una colección de reportajes especiales con la información descalcificada, incluyendo una edición titulada “Los planes de Perón para dominar Chile”.
[8] Live. com-Extraido el 13/06/2009.
[9] Ibidem.
[10] Aseguró que “estuvo exiliado en su propio país y agradeció al Ejército que nunca lo dejo de apoyar y con eso pude mantener a mi familia”. “Así-dijo-pude descubrir una cárcel del pueblo en Campana y el ERP de Resistencia, que se había extendido hasta Oberá”. Era invitado a comer y a desayunar con Arturo Acevedo, el titular de Acindar y el titular de un canal de televisión.
[11] Extracto de relato publicado en Internet. Página Live .com. 21/06/07
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Foto: Graffiti pidiendo la libertad de Alberto Piccinini (ctasantafe.org)
Viene de acá: El Villazo
Continúa aquí: Los primeros crímenes de la Triple A















