📜 El Rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Secuestran a Marcelo Martin y se inicia la guerra frontal contra la delincuencia organizada
Las mafias no son una anomalía ni una patología, sino el indicador de la evolución criminal del mundo. El mafioso es el máximo exponente del criminal integrado en la sociedad e invisible en el ámbito penal.
Se trata de un delincuente integrado en el núcleo social y no en sus márgenes, en los “salones dorados” y no en los arrabales y es por ello que esta desviación elegida y de nivel superior convierte a la cuestión criminal en materia de estudio de las ciencias políticas.
Es por ello que invito al lector, una vez más en esta serie de columnas en Proyecto Escaño, a introducirse en un fantasioso túnel del tiempo para viajar hacia la década del 30, época en que nos parece interesante dar a conocer, aún más, la habilidad para cometer golpes espectaculares por parte de la mafia que volvió a poner en el borde del precipicio a las autoridades policiales de Rosario.
En las inmediaciones de la Iglesia anglicana, ubicada en la intersección de Paraguay y Urquiza, se llevó a cabo el 29 de enero de 1933, uno de los secuestros más resonantes de la historia de la mafia en la década del 30: el de Marcelo Martin, de 34 años e hijo mayor de la familia patricia propietaria de la Yerbatera Martin, un “Dandi” de la época, peinado a la gomina, siempre vestido con el clásico moñito y rodeado de mujeres casaderas que intentaban conquistarlo.
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Al día siguiente de ocurrido el episodio, la prensa conoció –porque la familia negociaba en secreto el pago del rescate y la policía actuaba de oficio-, que Marcelo dejó su automóvil Voiturette estacionado en el garaje “El volante” de Tucumán 1849. El calor era agobiante y el “langa” encendió su enésimo cigarrillo. La gota de sudor caía sin cesar de sus sienes.
Saludó como siempre lo hacía al nochero del garaje y lentamente comenzó a caminar hacia su domicilio de Urquiza 1484, al que no logró regresar.
No llegó a transitar más de 50 metros, cuándo en cercanías de la iglesia “San Bartolomé” fue abordado sorpresivamente por un desconocido. A pocos metros de distancia, casualmente Roberto Badano y su hija Esilda, advirtieron como en segundos dos hombres lo tomaban al joven por la fuerza desde atrás, mientras uno de ellos le aplicaba un pañuelo en la boca. Martín se comenzó a desvanecer y seguramente casi ni se enteró que lo encapuchaban.
Otros circunstanciales testigos también advirtieron como uno de los secuestradores levantaba de la vereda un revólver, tras lo cual arrojó a su víctima dentro de un taxi Hudson, color verde aceituna, de capota blanca, que circulaba lentamente hacia calle Paraguay y que luego había sido acelerado por su conductor, para tomar por calle Paraguay al sur.
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Para la familia, -hasta que recibieron el llamado telefónico de los captores-, las horas parecieron interminables. La cifra del pedido de rescate –190.000 pesos, otras fuentes señalaron150.000-, aún para Julio Martín, el padre del capturado y presidente de la Bolsa de Comercio y fundador de la yerbatera que lleva su apellido, era sencillamente escandalosa.
Ante la consulta periodística, la familia sostuvo que Marcelo “se hallaba en la localidad de Aldao”, a pocos kilómetros de Rosario donde los padres de su prometida tenían una residencia de verano.
El pago del rescate
A las 4.30 del 31 de enero Alberto Julio Martin, hermano de la víctima, cumpliendo las órdenes de los secuestradores, bajo una luna tan llena como tenebrosa, extrajo del auto con capota y el parabrisas plegado, un pesado maletín negro, en cuyo interior estaba el paquete con el dinero exigido y pagó el rescate en cercanías del Cruce Alberdi, tenuemente iluminado, desde donde se notaba el pañuelo que le habían obligado poner como señal de identificación en el radiador.
El 1º de febrero, cuando no habían transcurrido veinticuatro horas del secuestro, Julio Martín había salido con su Cadillac, con la capota y el parabrisas bajo, llevando el rescate envuelto en un papel oscuro.
Debía conducir desde Santa Fe y Corrientes y por la primera de las arterias tenía que continuar hasta la Avenida Alberdi, tomar Rondeau hasta que alguien le saliera al paso.
A las 4.45 viajaba junto a su amigo Héctor Astengo y la madre de Marcelo, Adela Joostens, y en Salta y Alberdi, las barreras del ferrocarril Central Argentino estaban bajas. Ese fue el momento en que Alberto Martín escuchó desde atrás una voz grave que le preguntó por si había traído el dinero, a la vez que le ordenaba que no se diera vuelta.
El maletín lo había entregado –según comentó a la policía- al ser interrogado, “con la mano izquierda y sin mirarle la cara al receptor del dinero”. Oficialmente la denuncia no se formalizó, pero sin embargo el episodio, por su gravedad, había trascendido a la prensa.
Luego el secuestrador le exigió –tras la entrega del botín-, que una vez que se levantara la barrera siguiera conduciendo por la Avenida Alberdi y que posteriormente, tras circular varias cuadras, regresara a su casa en la seguridad de que llegaría su hermano.
La promesa
Adela Joostens prometió a quien quisiera escucharla, que, si su hijo salía indemne, donaría una maternidad para la ciudad. Su promesa fue una realidad para la ciudad el 8 de julio de 1939. El secuestrado había sido liberado, con los ojos vendados en la esquina de Paraguay y Tucumán.
Mientras transcurrían los días de febrero de 1932, también continuaba la investigación, aunque la conmoción nacional que produjo la muerte de Ayerza, hizo sospechar al periodismo acerca de las complicidades entre la policía y la mafia siciliana.
La investigación
Los investigadores, tras conocer la pista del taxi Hudson y presionados por el clima adverso que había contra ellos, tomaron la determinación de convocar a la Jefatura de Policía, a todos los choferes de taxis de esa marca que cumplían servicio en Rosario.
Sólo uno faltó a la cita: el italiano Gerlando Vinciguerra, de 26 años, que habitualmente tenía su parada en Tucumán y Corrientes, a metros de la casa de su víctima.
El taxi utilizado para el secuestro, fue entregado por Vinciguerra a Luis Cacciatore, en pago de una deuda, aunque previamente, lo llevó al taller mecánico de Fortunato Castaggeroni y Francisco Rodríguez, de Mendoza al 2600 para que lo repintaran de color café.
Mientras los detectives de Seguridad Personal lo buscaban a Vinciguerra en Rosario, él había viajado a la provincia de Salta, para ser testigo del casamiento de Carlos Cacciatore – hermano de Luis, antes mencionado- con una modista de esa ciudad.
El padrino iba a ser otro mafioso de alto predicamento en Rosario: Santiago Bue –algunos de sus familiares aún vivirían en Rosario- conocido en el inframundo mafioso como el “ahijado de Juan Galiffi”.
Bue y Cacciatore eran primos hermanos y además sostenían una relación de patrón y empleado, ya que Cacciatore conducía un ómnibus, propiedad de Bue, en la compañía Los 5 Hermanos.
En marzo de 1927, el ómnibus había sido la causa de una pelea entre Bue y un pintor de origen italiano –Domingo Fontana-, que se lo reclamaba en pago de una deuda.
En el día de la disputa, una palabra trajo la otra y el tenor agresivo de las mismas terminó cuando, de entre sus ropas, Bue sacó un puñal y le asestó una puñalada al italiano, quien murió casi instantáneamente.
Bue fue detenido casi de inmediato y tras su enjuiciamiento, terminó siendo condenado a 15 años de prisión, siendo puesto en libertad condicional luego de ser beneficiado por varias conmutaciones de penas, obtenidas gracias a la presión del propio Galiffi y un diputado radical.
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La boda aludida no se concretó y la policía salteña, tras recibir un oficio, detuvo a Vinciguerra el 2 de marzo de 1933, cuando Eduardo Paganini ya era el nuevo jefe de Policía.

Los apresados llegaron, el día siguiente, a la estación de trenes Rosario Norte, a bordo del servicio Panamericano, donde una multitud de rosarinos, impactados por el caso concurrieron a ver a los secuestradores.
Las declaraciones de los apresados derivaron en los apresamientos del lechero Francisco Gallo, en calle Marcos Paz al 5100 –donde estuvo confinado Marcelo Martin-, y del verdulero Diego Romano.
Gallo cantó como un canario
Gallo, sin experiencia en la delincuencia “entonó como un canario en la jaula” e implicó sin más a Juan Galiffi (Chicho Grande) en el secuestro, agregando en el interrogatorio que le había entregado 12.000 pesos del rescate. Paradójicamente, Galiffi no fue imputado por falta de pruebas.
El lechero había sido el custodio de Marcelo Martin durante su cautiverio en una casa propiedad de Gallo, en tanto Vinciguerra y Cacciatore rechazaron los cargos que les habían imputado, pero más tarde, el último terminó por admitir que había conducido el automóvil utilizado para el secuestro.
Con posterioridad, el propio Cacciatore dijo que había planeado “el asunto con Santiago Bue, Diego Romano, Francisco Gallo, Francisco D`Angelo y Gerlando Vinciguerra”.
También terminó por aceptar que había recibido los 12.000 pesos nacionales por su participación y agregó que su madre le había guardado 8.000 de la misma moneda, envueltos en un pañuelo. Acotó que facilitó 4.000 pesos a Francisco Gallo, para que ayudara a unos paisanos pobres; que D`Ángelo –hasta ese momento prófugo- tuvo participación en el delito y no así Bue.
La reunión decisiva
Diego Romano, sumamente nervioso y transpirando, declaró que D´Ángelo lo había invitado a una reunión en la casa de Bue “unos ocho días antes” de dar el golpe y aprovechó para señalar a Vinciguerra como uno de los líderes.
Para el juez quedó claro que el secuestro se planificó en varias reuniones, de las que participaron Bue, Romano, Gallo Campione, Vinciguerra y Caccciatore, siendo el primero el planificador.
Bue, a su vez, atosigado por pruebas en su contra, atestiguó que Francisco D´ Ángelo le propuso el negocio y que la primera reunión la tuvieron en lo de Romano y la segunda en su casa. Agregó que D Ángelo o Campione –no pudo asegurarlo- le entregó 30.000 pesos nacionales por su participación, en billetes de mil. Luego, se retractó de sus dichos y puntualizó a la justicia que había admitido todo ello para que lo dejaran de torturar.
Sin embargo, uno de los más famosos policías de esa época, el comisario Martínez Bayo –un experto picaneador-, que conducía Seguridad Personal, le secuestró 7.000 pesos provenientes del hecho delictivo que se investigaba y al ser indagado uno de sus hermanos, éste aceptó que había usado 8.500 pesos, -provenientes del secuestro-para saldar una deuda.
En torno al secuestro de Martín, vale recalcar que el magistrado que escuchaba las declaraciones de los incriminados rechazó las explicaciones de Vinciguerra que trataba de dar cuenta del movimiento del dinero que provenía del rescate.
Vinciguerra pretendía pasar ante el magistrado como un habitual viajante a Buenos Aires y Salta y que el dinero gastado provenía de sus ahorros, “máxime si se quedaba sin trabajo y tan sólo con la posibilidad de entrar como mecánico de la Empresa Municipal Mixta de Transportes” de Rosario, dijo.
El más astuto del grupo resultó ser Juan Galifffi, quien fue el único que antes de la concreción del hecho delictivo, había tomado previsiones para despegarse del gravísimo episodio que se le imputaba.
El 2 de febrero se había embarcado a Montevideo, donde poseía una vivienda en el barrio de Pocitos y 24 días después regresó a Rosario para entrevistarse en la casa de Bue con José Cecchi.
En un artículo de La Capital, donde se detalló el caso que analizamos, se hizo referencia al fiscal Emilio Sotelo, el que admitió que “no había pruebas contra Galiffi. Sin embargo, éste último parece haber recibido “la mayor tajada del botín, ya que además de la parte entregada por Gallo, dos días después del pago, uno de sus secretarios: Carlos Cacciatore, le depositó otros 25.000 pesos en su cuenta del Banco Español de Buenos Aires.
Juan Galiffi le dijo al juez, con su mejor “cara de piedra”, que había ganado el dinero en las carreras de caballos y utilizó para justificar su mentira, las carreras en las que corrieron sus caballos Herón y Fausto.
Las dudas del juez no fueron suficientes para mantener “guardado” en una celda al imputado, pero si para iniciar un proceso judicial que concluyó años después -1935- en su deportación.
El 10 de junio de ese año, acompañado de detectives de Seguridad Personal, subió a un tren en la estación de Rosario Norte, con destino a Buenos Aires. Esposado, no pudo saludar a sus defensores, parientes y los representantes de los “capos” que coparon con su presencia la estación, vigilados de cerca por un apreciable número de policías.
Meses más tarde, una tarde de 1935, la policía capturó al chofer de Galiffi, Luis Corrado, que tenía un pedido de captura pendiente en Agrigento, en la isla de Sicilia, su lugar de origen, donde se lo buscaba por asociación ilícita y por ser cómplice de un homicidio calificado.
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La investigación policial se vio envuelta, imprevistamente, en otro hecho que concitó el interés de la población, que venía siguiendo los episodios día a día.
El 3 de noviembre de 1932, vecinos de una quinta ubicada en el barrio Arroyito, en el límite con la zona de Alberdi, ya en la zona de la costa del Paraná, imprevistamente, comenzaron a ver arribar a la misma un número importante de policías.
El objetivo era José Curaba, el hermano del asesinado por la banda de “Chicho Chico”. El sujeto no se resistió en virtud del número de policías que intervinieron en el procedimiento ordenado por la justicia y decidió ponerse “a derecho”, como les gusta decir a los leguleyos. No fue por bueno que tomó la decisión. De lo contrario hubiera terminado lleno de agujeros de bala como un colador.
Rodearon la manzana a parientes de Galiffi
La policía, embalada en sus investigaciones, el 7 de marzo de 1933 capturó a Salvador, Mauro y Andrés Alfano, parientes de Juan Galiffi. Y nueve días más tarde el jefe de Investigaciones Martínez Bayo, el segundo al mando, Barraco Mármol, el comisario Facciuto y una comisión de numerosos policías porteños rodearon la manzana en la que estaba ubicada la mansión de Génova 1440 de Rosario.
Copamiento y tiroteo
Con armas largas coparon la vivienda y capturaron a una banda de pistoleros –como la prensa acostumbraba a calificar a los ladrones y mafiosos- dirigida por Eliseo Rodríguez Gómez, quien se había fugado de la cárcel de La Plata, en 1932; a quien acompañaban Armando Luis Guidón (a) El Piojo Blanco, uno de los presuntos autores del atentado contra el comisario Pardeiro, en la ciudad de Montevideo, Uruguay; y el asaltante Juan Antonio Morán.
Mientras tenía lugar el papeleo sumarial ese procedimiento, se detuvo frente a la vivienda intervenida, a las 6 de la mañana, un automóvil color gris oscuro, con chapa de la provincia, del que descendió un individuo, quien luego de ajustarse el sombrero y de acomodarse el sobre todo con una de sus manos, se dirigió con resolución a la finca intervenida, oportunidad en que advirtió, instintivamente, que estaba a punto de introducirse en la boca del lobo.
Sin pensarlo un segundo, desenfundó una pistola calibre 45 y se generó un intercambio de disparos con los policías que, desde el interior de la propiedad, advertidos de la llegada del pistolero, esperaban pacientemente que el mismo ingresara a la misma para capturarlo.
Debido al cruce de disparos, el “visitante” recibió un impacto en la mano que portaba el arma y es entonces que apeló a una segunda pistola para repeler a la policía, mientras regresaba sobre sus pasos hacia el auto del que había descendido y desde cuyo interior, sus cómplices empezaron a efectuarles disparos a los policías, utilizando para ello hasta un arma larga.
En su acelerada huida el auto llegó hasta el frente de la vivienda de José Ingenieros 1435, donde el malhechor herido se arrojó del auto para parapetarse detrás de un árbol y es allí donde finalmente fue abatido con el cráneo destrozado por cinco balazos.
La posterior identificación del cuerpo sin vida, permitió a la policía determinar que se trataba de Pedro Espelosín. Esa misma tarde la policía trajo desde Buenos Aires a Juan Galiffi.
El secuestro de Raúl Gardelli
Y como si lo sucedido fuera poco, los rosarinos pegaron la oreja a sus radios a lámpara, en razón de que los informativos comenzaron a brindar los primeros detalles de otro episodio delictivo: había sido secuestrado el ya fallecido Raúl Gardelli, en ese momento un joven de sólo 17 años, quien denunció que lo habían capturado unos mafiosos.
El protagonista principal de esta singular historia llegó a compartir la redacción de la Dirección de información Pública de la Municipalidad de Rosario con el autor de esta crónica e hizo lo propio en la redacción de uno de los tantos diarios que tuvo Rosario.
Allí, quien esto escribe, tuvo la posibilidad de recibir sus sugerencias profesionales y compartir largas charlas- aunque en realidad eran mini clases de periodismo sobre la marcha- acerca de los temas del día.
De un hablar apagado, mesurado y meticuloso, aunque atrapante por la forma en que contaba sus historias mientras comía sus caramelos, Gardelli escribía a mano, a veces con un lápiz, mientras se sacaba y ponía sus lentes, las bases de la crónica que pretendía que sus periodistas escribieran. Era uno de los pocos periodistas de su época que enseñaba a los que recién iniciábamos el camino en el oficio.
Gardelli, en esos días con sus 17 años, emparentado con Luciano Corvalán -juez del caso Martin-, no hubiera sido nunca puesto como probable víctima, de un secuestro con fines extorsivos por parte de la policía.
Un 3 de julio de 1933, alrededor de las 11, -cuando Juan Galiffi viajaba desde Rosario a Buenos Aires- [1], salió Gardelli. con algunos de sus compañeros de colegio al que concurría en Pellegrini 250, en dirección a su casa. Pero su rastro se perdió poco después, tras cruzar calle España.
Su familia pensó en un secuestro, pero a las 14.30, el misterio quedó esclarecido. A esa hora, policías de la subcomisaría de Pujato llamaron a la División Investigaciones para confirmar que el desaparecido había sido liberado en ese pueblo.
Gardelli había sido abordado por un hombre “que conducía un auto grande, doble faetón, color verde, con capota clara. Le preguntó cómo llegar a Rosario Norte y de inmediato le apuntó con dos revólveres y lo obligó a subir al coche”[2]
En el interior del auto había otro individuo y, tras ser obligado a cerrar los ojos, Gardelli sólo pudo advertir que pasaba por el túnel Celedonio Escalada con dirección al norte de Rosario.
Interrogatorio
En una casa abandonada, el periodista fue interrogado por su relación con el juez y lo obligaron a escribir una carta donde les avisaba a sus parientes que se iba del hogar por problemas con el estudio. Finalmente, uno de ellos lo llevó en tranvía a Rosario Norte y sacó dos pasajes a la localidad de Pujato donde apareció con vida. Su captor había descendido en Pérez. La sospecha de la policía giraba en torno a que los secuestradores quisieron atrapar al hermano de Corvalán y se habían equivocado.
En relación con el episodio relatado, la policía llevó adelante, en Rosario, una serie de detenciones, – entre ellos la de Juan Galiffi- pero ninguno de los detenidos fue identificado por Gardelli.
Paganini en campaña contra los “indeseables”
A todo esto, anunció Eduardo Paganini, el 21 de febrero de 1932, al asumir como jefe de Policía, su propia campaña contra la delincuencia organizada. Los primeros detenidos fueron los de la banda de José Cuffaro.
A modo de cierre de la lucha para combatir la delincuencia, Paganini pidió al gobierno provincial, la anulación de cartas de ciudadanía para una lista de “indeseables”, integrada por 32 mafiosos, 30 considerados individuos tenebrosos y 15 comunistas.
En esa nómina se hallaban los comunistas y anarquistas Francisco Manno, Bartolo Moroni, Ludovico Kasar, Isac Vainicoff, Lázaro Wasserman y Francisco Sforza.
También estaban mencionados los pistoleros Luis Armando Guidot (a) “Piojo Blanco”, Eliseo Rodríguez o Gómez, Segundo Cordero, Bruno Antonelli (a) “Facha Bruta” y Demetrio Pérez.
Como asaltantes figuraban Carlos Taltavull, Rubén Ángel Rodríguez (a) “El gauchito Ramírez” y Rogelio Gómez (a) “El Pibe”.
En esa trágica época también eran personajes destacados, -obviamente- los componentes de la familia Galiffi, Santiago Bue, Santos Gerardi y Nicolás Amato. Este último era el padre de los hermanos Héctor y Arturo, que retaron a duelo por ese motivo a Paganini. El enfrentamiento, descabellado, no se produjo.
Ladrones y “vagos”
Narciso Día (a) “Chorro Grande”, Félix Palacios y Alfredo Garay, habían sido atrapados por ladrones y vagos, mientras que en el terreno de los ladrones de automóviles se destacaban Santos Franganillo, Evangelino Fernández y Enrique Marshall. Habían sido apresados por “ladrones de golpeo” Bartolomé Superí (a) “Pelado Juancito” y Antonio Fronti.
Se le iniciaron actuaciones por ladrones “madruguistas” a Antonio Álvarez y Agapito Martínez (a) “Fito”.
Los delitos más importantes entre los que podemos mencionar el accionar de la mafia, el secuestro de personas y el homicidio de Ayerza –caso del que prometemos un dato desconocido y esclarecedor sobre la motivación de su muerte-, tenían como componentes de la nómina de detenidos a José Frena, Romeo Capuano, Cayetano Rinaldi, Salvador Rinaldi, Salvador Lino, Concepción Marino Rinaldi, Marino Savella, Juan Vinti y José Latorre.
Respecto del secuestro denominado “Caso Martin”, antes detallado, a los delincuentes aludidos, se agregó Mauri Paniera.
Al concluir las investigaciones por el caso de los menores Nannini y Gironacci, a disposición de la justicia quedaron José Piaza, Luis Butticé, Catalina Arcuri di Piazza y Gaetana San Martino de Butticé, autores de un golpe tan mal realizado, que las víctimas lograron escapar del lugar donde estaban secuestrados.
La sección Seguridad Personal, por ese entonces, hizo un excelente trabajo, logrando la detención de José Gagliano, José Salomón, Ángel García, Fidel y Nicolás Malaspina, Francisco Terzano, Paulino Cogí, Fermín Caffuri y Francisco Rodríguez (a) “El cocherito”.
[1] Osvaldo Aguirre. Suplemento Señales. 27/01/2008, Pág.5.
[2] Íbidem.
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Foto acciontv.com.ar: Llegada a Rosario de los mafiosos Santiago Bué, Carlos Cacciatore y Girlando Vinciguerra, detenidos en Salta bajo acusación de ser los autores del secuestro del joven Martin
Viene de acá: Cae la primera banda de traficantes de cocaína
Continúa aquí: Un secuestrador esclarece definitivamente la verdadera motivación de la muerte de Ayerza


















