📜 El rompecabezas de la muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi
Pichincha en el ojo del huracán
Por renuncia del teniente coronel Domínguez asumió como Jefe Político Nicanor Molina el 1º de octubre de 1893, quien se enfrentó, internamente a la inexistencia, en la policía, de una organización adecuada y a la falta de personal con conocimientos básicos de la materia policial.
Nacido en Entre Ríos, Molina efectuó innovaciones en el personal. Nombró el primer Comisario de Órdenes, recayendo el cargo en Alejandro Toranzo., quien se encargó, en los hechos, de la transformación de todas las dependencias.
Toranzo reclutó personal en Buenos Aires y proyectó la división jurisdiccional de la ciudad. Luego, a cada una de las jurisdicciones las dotó con agentes con asignación a un número determinado de manzanas de la ciudad, teniendo cada seccional un costo operativo oscilante entre 500 y 1.000 pesos.
Estableció las denominadas «academias», esto es clases para instrucción del personal por tercios en todos los sectores de la policía. Las mismas eran dictadas por oficiales inspectores.
En su gestión se confeccionó un reglamento de obligaciones y prohibiciones generales para sargentos, cabos y vigilantes. Además, se establecieron las atribuciones de los comisarios inspectores y el 20 de agosto de 1894 aparece la primera Orden del Día.
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Molinas, luego de tomadas las referidas determinaciones, elevó un amplio y meticuloso informe al Poder Ejecutivo para su aprobación final, en el que se hacía hincapié en la instrumentación de la vigilancia nocturna.
En ese sentido, la sección Investigaciones fue clave en el esquema policial represivo, ítem este último en el que se especializó para vigilar las actividades anarquistas, tema sobre el que también avanzaremos en el futuro más meticulosamente.
Policías de civil controlaban en la noche el movimiento de la ciudad, fundamentalmente de hoteles, fondas, posadas, conventillos y casas de inquilinatos, donde Molinas decía: «son los reductos y focos del crimen de Rosario».
Desde el punto de vista del cumplimiento de condenas, Molinas también aportó lo suyo, ya que a dos años del inicio de su gestión –1895- se inició la actividad del Cuerpo de Guardia Cárceles y un año más tarde, comenzó a funcionar en Rosario la Guardia de Seguridad de Caballería o también denominado Escuadrón de Seguridad.
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Por ese tiempo, la información relevada por la Municipalidad de Rosario, indicaba la existencia de 61 casas de tolerancia, emplazadas en sectores donde se habían instalado fábricas y talleres.
En 1896 la actividad prostibularia avanzaba en Rosario a pasos agigantados. Aunque en 1874 se había aprobado la primera ordenanza relativa al control del «comercio inmoral», las «casas de tolerancia» se reproducían como la más grave de las plagas. La presión social obligó a las autoridades a modificar las ordenanzas de 1887 y 1892.
La historiadora Ada Lattuca, al referirse a la nacionalidad de las propietarias y gerentes de casas de citas, calificaba a las mismas de gente de “extracción foránea” y en ese sentido apuntaba a mujeres de apellidos tales como Rosemberg, Holsmann, Salman, Griener, Jacovich, Steimberg, Horstein, Scwartez y Bader, junto a otras de nacionalidad polaca y francesa.
Con el correr de los años, ya ingresados los rosarinos al siglo XX, éstos vieron como los burdeles se trasladaban a la zona del barrio «Pichincha», aunque en nuevos términos «publicitarios», ya que, con más naturalidad, los propietarios de los lupanares ponían el nombre de los mismos en un cartel frente al nuevo «negocio».
Así estaban identificados el Royal, El Gato Negro, Moulin Rouge, Petit Trianon, Chantecler, Italia y el Madame Safó, quizás el más recordado con el paso de los años, por ser el más lujoso, con una destacable decoración, mobiliario y por trascender internacionalmente.
Tenía ese prostíbulo, entre su personal, a unas veinte mujeres, en su mayoría de origen francés, siendo el lugar habitualmente utilizado para agasajar a las personalidades destacadas que ponían sus pies en Rosario.
El costo de la utilización de los servicios de Madame Safó[1] alcanzaban los dos mil o tres mil pesos en la década del 20, valor equivalente, en esos años y según versiones que corrían insistentemente entre las «comadres» de ese tiempo, a una propiedad muy bien construida y con balcones. Esa cifra representaba el valor de la tenencia de las mujeres, esto es su garantía; o por lo tanto si moría o huía, el dueño del burdel debía indemnizar en esa suma al traficante que la había traído.
Si no se pagaba por ellas, las mujeres no podían ejercer la prostitución en ningún lugar, pues en el submundo de los proxenetas, se sabía muy bien a quien pertenecía cada mujer y se respetaba rigurosamente la propiedad de las mismas. Incluso las «madamas» se escudaban en la frase «no quiero compromisos», para rechazar a las mujeres que intentaban independizarse trabajando en los prostíbulos por su cuenta, defendiendo de esta manera, las reglas de juego imperantes en el negocio.[2]
Varios de los burdeles más lujosos se localizaron en «Pichincha», delimitado por las calles Pichincha y Suipacha, a partir de Salta (ésta excluida) hasta los paredones del Ferrocarril Central Argentino. Allí, las casas debían reunir «condiciones especiales, a fin de que puedan ser clasificadas como de una categoría superior a las que se permitan en el primero» decía el Informe y proyecto sobre casas de tolerancia de 1911. Del barrio sudeste se ha perdido casi todo rastro, a diferencia del segundo, que es el que aún perdura en la memoria de los rosarinos.
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Mujica, al hacer referencia a diversos aspectos de El Paraíso, señala, entre otros conceptos: Su nombre, quizás desde su establecimiento en 1914, era «El Paraíso». Así lo informan las fuentes municipales y policiales hasta 1932.
Sin embargo, operaciones de memoria periodística de los años 70, sin duda meritorias, renominaron el lugar como Madame Safo o Sapho. Sin embargo, rara vez en la documentación policial y de la época aparece así mencionado; en algún caso se habla de «la casa de Madame Sapho», aludiendo a las regentas, o bien de «El Paraíso de Madama Safo», según dice un documento policial y agrega: «El Paraíso era muy lujoso. Tenía vitrales, la famosa calesita, alguna habitación cubierta en madera, su techo con cúpula y motivos orientales que apuntaban a una suerte de refinamiento en el arte de amar». Sin embargo, su planta no difiere de otras de la época: un patio central con habitaciones alrededor y una cúpula vidriada. Es por cierto mucho menos monumental —en cuanto a sus dimensiones— que el Mina de Oro, de Pichincha 73. Poseía entre 10 y 16 habitaciones, diferencia que aparecía mencionada en los distintos documentos municipales. Más adelante, cuando transitemos el año 1923, volveremos sobre El Paraíso.
[1] Estos barrios daban cuenta de los intentos de demarcar desde el municipio -el asunto de la prostitución era, por entonces, de clara incumbencia municipal- una suerte de geografía del placer permitido en la ciudad. Si bien la condición nómade parecía ser la característica de estas casas, puesto que cada tanto la legislación sufría modificaciones y se producían los traslados en el interior mismo de la ciudad, estos barrios —pese al esfuerzo de ciertos vecinos por tratar de evitarlo— se mantuvieron en calidad de barrios prostibularios hasta 1932, cuando se votó la ordenanza abolicionista, derogándose todas las normativas, permisos, concesiones y resoluciones que reglamentaban el ejercicio de la prostitución y que se puso en práctica a partir del 1º de enero de 1933. En ese sentido, uno de ellos es el todavía recordado Madame Sapho, luego denominado Hotel Ideal, ubicado en Pichincha 68 bis, que en realidad se llamaba El Paraíso. En más de una oportunidad se sindicó como propietarios a los hermanos Pedro y Enrique Malatesta (confundiéndolo con Francisco). En realidad, Francisco Malatesta, de nacionalidad francesa, era el gerente o encargado del Hotel París, sito en Santiago 1669, donde también vivía su hermano. El Hotel París, o casa amueblada y posada de primera clase, que contaba con número de registro, pertenecía también a Albert Maury, como lo manifiesta él mismo por nota a la policía de Rosario. En 1933 Francisco Malatesta desapareció de la ciudad cuando la policía de Buenos Aires libró orden de captura en su contra con motivo de que el gobierno nacional decretó su expulsión del país. El Paraíso era una casa de 2ª categoría, ya que albergaba a más de dos mujeres y estaba sujeta a radio establecido, amén de las medidas impositivas exigidas por entonces. Esta casa de tolerancia, la más cara de la ciudad, tenía en abril de 1929 unas 15 mujeres trabajando y la tarifa era de 5$. Diario La Capital: «Pichincha, cuando el Safo se llamaba Paraíso», María Luis Mujica. Suplemento Señales. 13/04/08.
[2] Yvette Trochon. La Ciudad de los Burdeles. Nota de tapa: la Meca de los rufianes. La Capital. Suplemento Señales. 18/03/2007. Pág. 4
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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política
Foto: Antonio Berni (1932)
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